Sing 2: ¡Ven y canta de nuevo!

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Hay pocos antecedentes en la historia del cine animado más ambicioso, exigente e innovador del planeta como el de los estudios Illumination. Con apenas una década y media de existencia (nació en 2007) cuenta hoy con autoridad e influencia suficientes como para competir mano a mano con poderosos colegas de Hollywood con trayectoria mucho más extensa y salir como ellos a la conquista del público global.

Sing, ¡ven y canta! es una de las ideas más felices del estudio que se hizo famoso gracias a los Minions y a las películas de Mi villano favorito. Estrenada en 2016, llevó todavía más lejos que en sus proyectos más exitosos lo que es ya una marca de fábrica. Lo mejor de Illumination aparece cuando el poderío consolidado de su marca se une al espíritu creativo casi artesanal de su pequeño socio francés, el estudio MacGuff. A los creativos y animadores europeos le debemos gran parte de la inspiración que las películas de Illumination tienen para el gag, ese pequeño gran momento que le da esencia y sentido al arte maravilloso de hacer reír.

En las películas de Illumination, cada personaje se diseña a partir de ciertos gestos y movimientos físicos característicos que propician el gag. Esta impronta se multiplica en el universo animado de Sing, cuya acción –como sabemos- se mueve en un planeta habitado íntegramente por animales que reflejan y expresan prototípicos comportamientos humanos.

La película original de 2016 se cerraba con el triunfo de ese puñado de animalitos que encuentra en el canto un modo de expresión y un propósito vital similar al de tantos y tantos humanos que llenan las convocatorias de los reality shows al estilo de La voz Argentina: competencias de talentos que viajan del anonimato al reconocimiento. Un astuto productor con aspecto de koala consigue reunirlos y salir él también de perdedor.

La inevitable secuela de ese celebrado triunfo deja a la vista la otra gran dimensión visible del modelo impuesto por Illumination: insistir en la fórmula original, llevándola lo más lejos posible, y hacerla más larga de lo aconsejable. Esta conducta suele transformar una idea verdaderamente innovadora en una apuesta a lo seguro. Así, historias tan creativas en su punto de partida como la de Sing terminan condicionadas por la rutina y la falta de riesgo, disimuladas en un envase cada vez más ostentoso y grandilocuente.

La ambición del empresario koala lleva a la entusiasta pandilla a Redshore City, versión de Las Vegas en este mundo de animales humanizados. Todo parece igual que en la primera parte, pero aumentado a la enésima potencia: hay un musical en marcha (pero con características mucho más espectaculares), dudas y miedo al fracaso en los ensayos, descubrimientos y afirmaciones.

La única novedad es la necesidad de sumar al show a la estrella más elusiva del mundo, un viejo león de estirpe rockera que dejó de cantar y se alejó de todo durante quince años tras un momento de profundo dolor. Llegar a él y convencerlo de que vuelva será el gran desafío que moverá la acción.

Por suerte, cada personaje tendrá de nuevo ocasiones aseguradas de lucimiento con algunos logrados gags (cerditos y elefantes se lucen en este terreno) y de nuevo, como en la película anterior, la trama cuenta con decenas de canciones muy populares que seguramente los padres reconocerán (y disfrutarán) más que los chicos.

Por supuesto, esto ocurrirá en las muy contadas copias presentadas en idioma original y las voces en inglés de Matthew McConaughey, Reese Witherspoon, Scarlett Johansson, Taron Egerton, Tory Kelly y… Bono. El cantante de U2 debuta en el cine animado con un personaje especialmente pensado para el aprovechamiento de su voz áspera y cargada de nostalgia. Nada de eso aparece en la versión doblada que recurre para este personaje a la desabrida manera de hablar del portorriqueño Chayanne. Las voces en español con mezcla de acentos latinoamericanos se combinan aquí, de un modo a veces desconcertante, con los temas originales cantados en inglés.

El doblaje (inevitable en cualquier película destinada al público infantil) deja aquí más que nunca al descubierto sus limitaciones. Si algo identifica y deslumbra a la vez en las grandes producciones animadas de Hollywood es el talento de sus artistas para construir cada vez más a los personajes sobre la base de las inflexiones vocales y los movimientos corporales de las figuras que le dan vida. Por más conocidos que sean sus equivalentes latinos, la adaptación a nuestro idioma sólo consigue la pérdida de ese atributo, cada vez más decisivo.