Sinfonía en abril

Crítica de José Carlos Donayre Guerrero - EscribiendoCine

Historia en dos ciudades

Dirigido por Teresa Saporiti y Claudio Remedi, Sinfonía en abril (2017) es un documental que gira entorno a la unión de dos puntos geográficos distantes y lo hace a partir de un hecho trágico para la humanidad como fue el primer genocidio del siglo XX. El genocidio armenio narrado bajo una mirada contemplativa se presenta a través de dos ciudades que, con una inhóspita firmeza, aparecen como las encargadas de contar lo sucedido. Y lo hacen mostrando un lenguaje visual innovador, lleno de simbología y de atractivas imágenes oníricas.

La película básicamente entrelaza a Buenos Aires y Ereván durante el pasado 24 de abril cuando se preparaban para los actos por el cumplimiento de los 100 años del genocidio armenio perpetrado por el imperio Otomano, hoy Turquía. En Ereván se alistan las Iglesias y los colores de las flores en las calles y empiezan los actos conmemorativos. En Buenos Aires, por otro lado, están presentes los jóvenes descendientes de armenios que estudian en su lengua materna el éxodo armenio y alistan bailes y comparsas, y una sinfónica para el final que será un canto de vida ante la tragedia. Así mismo, la gente dona sangre pues también se recuerda a los armenios que fueron víctimas de desaparición durante la última dictadura militar argentina.

Sin duda que lo más interesante de todo el documental es su manera de unir dos ciudades por un suceso histórico. Una especie de novela decimonónica, descriptiva, directa, como si ambas ciudades pudieran hablar por sí solas. Tenemos el evento central en dos puntos distantes y que se van alternando, como una novela de Charles Dickens, dejando en manifiesto una cultura y el ambiente que la rodea. Sin voz en off, sin un organizador tangible, sin relator, sin testigo, sin personalizar, sólo una especie de narrador omnipresente que nos muestra todos los puntos importantes.

Viene a la memoria Berlín: Sinfonía de una ciudad (1927) donde el espectador se va atrapando por estas imágenes urbanas que cuentan de una rutina, de un orden: de su gente, de una atmósfera que se hace cada vez más presente. A este ritmo, si bien pausado y que necesita de la atención del espectador, se le suman elementos oníricos: Una simbología potente que tiene a la religión y a la muerte como elementos importantes. Una preocupación por intercalar escenas “enrarecidas” por su composición arquitectónica y que suelen ser recreaciones que nos sacan de lo real para llevarnos a otros niveles mucho más atractivos y emotivos, siendo así una muy agradable experiencia cinematográfica.

Finalmente, es un tema que siempre debe volver y hablarse. El genocidio armenio debe reaparecer en el cine muchas veces puesto que es una tragedia histórica tan importante como las demás y resulta sorprendente que se encuentre en este caso con un estilo moderno, que lo aleje de un simple reportaje televisivo y, con una propuesta más directa, llegue a nuestros días con una vitalidad y un impulso mucho mayor.