Sin tiempo para morir

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Sin tiempo para morir está en una permanente tensión entre ser una película de James Bond y no querer ser una película de James Bond. Esa es la marca de la era de Daniel Craig, por otro lado, una era que ha llegado a su fin. En su más de dos horas y media de duración la película ofrece genuinos momentos de 007, como la escena en Italia, con auto con trucos y todo, pero en general parece avergonzada de su pasado y busca llenar la planilla de la corrección política y la diversidad como la más aplicada y miedosa de las películas actuales. Si tanto les molesta James Bond, entonces hagan otra película, uno podría decirles. Desde el nacimiento del personaje su influencia se ha extendido a todos los países, todas las razas y todos los géneros. Géneros sexuales y cinematográficos, hay que aclarar. Bond cambió la historia del cine y docenas de series y películas extraordinarias nacieron como consecuencia del legendario agente británico. Hay mejores películas de James Bond fuera de la franquicia y de su nombre, pero que no hubieran existido sin el personaje creado por Ian Fleming.

Daniel Craig se toma muy en serio todo, tal vez demasiado, pero no se le puede negar que está comprometido con la historia. El villano está interpretado muy mal por Rami Malek, cosa que no sorprende, y hay varios secundarios que son un mamarracho. La película entra y sale del mundo Bond, el director logra grandes planos que lamentablemente están todos anticipados en el tráiler, pero quien no lo haya visto disfrutará esos grandes momentos por primera vez. Los aliados del agente están todos bien, son sólidos, forman parte del mundo de 007, chistes incluidos. Y para los conocedores de la franquicia, la película tiene una fuerte conexión con Al servicio secreto de su majestad (1969) la única película de James Bond protagonizada por George Lazenby, el reemplazante de Sean Connery. Aquella historia no se parecía en nada a lo que venían siendo estos films y ponía el acento en la historia de amor, algo que también ocurre aquí. La frase y la canción We Have All The Time In The World marcan un sello definitivo entre ambos films. Ambos films rompían con la tradición y buscaban algo nuevo. Pero el film de Lazenby igual mantenía el espíritu y no se alejaba del todo de su origen.

Sin tiempo para morir consigue momentos de cine. Espectaculares, filmados con estilo, con genuina y efectiva tensión. Son varios y están bien. Renuncia, por otra parte, al humor. Una de las cosas más genuinas de James Bond era su humor. Consciente de sus disparates, los guiones incluían una fuerte dosis de humor y esto hacía todo más divertido. Craig tiene un sentido del humor nulo y sus películas son un bodoque de granito en ese aspecto. Con sus virtudes y defectos, son terriblemente solemnes. Hacer un James Bond que no sea James Bond es una proeza tan difícil como inútil. Pagar la entrada para ver justamente a un personaje al que el cine le ha dado forma y no otra cosa. Como decía un personaje de El hombre quieto de John Ford cuando le ofrecían poner agua en su whisky: “Cuando tomo whisky, tomo whisky, cuando tomo agua, tomo agua”. Bueno, cuando uno mira una película del agente 007 quiere eso, no un melodrama romántico. Y cuando quiere un melodrama romántico, no busca a James Bond. Qué pase el que sigue.