Sin tiempo para morir

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

ADIÓS MR. BOND

Las películas de James Bond son una estupenda síntesis para entender cómo el cine de entretenimiento mainstream ha ido perdiendo su capacidad lúdica a favor de una impostada profundidad. Cuando decimos “las películas de James Bond” en verdad nos referimos a esta saga protagonizada por Daniel Craig, ya que Pierce Brosnan mantenía ese costado grasoso que hacía divertido al personaje, y que llevaba por ejemplo a la M interpretada por Judi Dench a espetarle un “usted es un dinosaurio” en la cada vez más necesaria Goldeneye. Brosnan cruzaba la elegancia viril de Sean Connery con la picaresca prosaica de Roger Moore, y se bancaba mientras tanto ese tufo a cosa vetusta y fuera de época. El problema de lo antiguo no es el paso del tiempo, sino la falta de conciencia de ello. Y este concepto de Bond en el que el descafeinado Craig encaja perfecto lo que menos hay es inconciencia: es todo mecánico, pensado en cada gesto, todo lo contrario del personaje, que es el libre albedrío hecho persona, la imprevisibilidad en movimiento. La idea de convertir ese recipiente orgullosamente vacío que era el 007 en un saco repleto de conflictos familiares y sentimentales fue siempre una mala decisión, que mostraba además la desesperación de una franquicia que perdía terreno ante otras franquicias de acción y espionaje mucho más sólidas y rigurosas. Ese aggiornamiento del Bond de Craig hace eclosión en Sin tiempo para morir, que es ante todo un melodrama con escenas de acción.

Uno puede decir a favor de la película del habitualmente solemne Cary Joji Fukunaga que la conclusión a la que aquí se llega es absolutamente coherente con el camino que le hicieron tomar al personaje en los cuatro films anteriores. También, que para ser una película de 163 minutos, es bastante entretenida: porque cada tanto se acuerdan que es una película del 007 y nos regalan algún momento de gracia. Ahora bien, las películas de James Bond siempre fueron mucho más que eso, fueron la cruza definitiva entre el cine de acción y los dibujos animados, con un verosímil asentado a partir del rostro impertérrito de su protagonista, además de que definían estilo y llevaban la tecnología a un lugar hiperbólico. Aquí solo queda el gesto impertérrito de Craig más como reacción al contexto que como juego de contrastes con el absurdo coyuntural de unas secuencias de acción que nunca se desbordan, que nunca imaginan algo por fuera del verosímil para sus criaturas. Salvo algunos momentos de la atractiva secuencia de arranque en Italia (que para colmo de males estaban en el tráiler), Sin tiempo para morir luce apagada, estándar, regular, como sin ganas de ser una de Bond y tal vez ser otra cosa. Como este Q que hace uno gadgets sin gracia ni inventiva.

Precisamente eso es algo que llama la atención en esta saga Bond con Daniel Craig, como si hubiera un elemento culpógeno que impide la diversión, como si en el fondo hacer un película del 007 les diera vergüenza y con un complejo de inferioridad enorme se propusieran hacer otra cosa que encaje en este tiempo. El consejo sería, en todo caso, que no lo hagan más (y el bochornoso final de esta película tal vez vaya en esa dirección). Si hay algo que nunca hizo Bond fue encajar, su paso era la destrucción del espacio en el que se encontrara. Entonces lo único que finalmente queda es un estilo visual refinado que Sam Mendes un poco que definió en Operación Skyfall (una película que contenía todos los males de esta saga, pero que nos regalaba varios momentos bellos visualmente) y que Fukunaga simula aquí como quien sigue un manual de instrucciones. La decadencia de este James Bond se puede ejemplificar en varias cosas, en la sexualidad cada vez más controlada, en sus villanos descafeinados y normalizados, pero si hay algo que no deberíamos perdonar es la cada vez menor presencia de la genial melodía de John Barry en la banda sonora. Acordarse de cómo la traían a la vida en Goldeneye, con el 007 rompiendo San Petersburgo con un tanque es hacerse mala sangre por este Bond triste y melancólico. A un personaje que era pura iconografía, lo fueron despojando precisamente de su superficie. Lo fueron limando hasta dejarlo digerible para la generación de cristal. Ni Ernst Stavro Blofeld le hizo tanto mal. Adiós Mr. Bond.