Sin tiempo para morir

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Con escenas de acción prodigiosas y un ritmo a prueba de balas, Sin tiempo para morir marca un antes y un después en la saga de Bond, James Bond. Y lo hace por dos motivos: el primero, es la despedida de Daniel Craig, el actor que encarnó al agente 007 los últimos 15 años (desde Casino Royale, 2006); y el segundo es porque hay un claro ajuste de cuentas con la incorrección política de la franquicia.

Del héroe galante, de corte clásico, fanático del Martini y seductor nato del sexo opuesto no queda prácticamente nada. El James Bond de Sin tiempo para morir es un hombre fiel, sensible, al que se le caen las lágrimas ante la persona amada.

Si bien cada actor que interpretó al espía secreto (desde Sean Connery hasta Pierce Brosnan, pasando por el celebrado Roger Moore) le dio su toque personal, lo cierto es que todos tuvieron las mismas características. Hasta ahora, porque en esta nueva entrega hay un giro en la sensibilidad del personaje que no tiene vuelta atrás.

Como en todas las James Bond, en Sin tiempo para morir también hay escenas memorables, como si la saga consistiera en una apuesta total por las set pieces (término en inglés para denominar las secuencias en las que la adrenalina sube). Hay set pieces buenísimas, autosuficientes, que se las podría ver como cortos de acción independientes.

La escena que abre la película es una lograda secuencia de terror en la nieve, que presenta al villano principal y a la niña que se convertirá en Madeleine (Léa Seydoux), la novia de Bond. El villano que compone Rami Malek es otro arquetipo, casi como sacado de un cómic, que rinde en la trama y que permite que la historia tenga el suspenso necesario para desesperar a la audiencia durante las casi tres horas del filme.

Después de los créditos con la canción de Billie Eilish, hay una segunda introducción en la que vemos a Bond disfrutar de la vida con Madeleine en un pueblo de Italia, hasta que va a la tumba de su examada y una bomba le estalla cerca de la cara, lo que da pie a que sospeche de Madeleine, quien puede estar complotada con la organización criminal Spectre.

Cinco años después, Bond está separado de Madeleine y viviendo tranquilo en una isla, ya retirado del espionaje. Pero un viejo conocido de la CIA, interpretado por Ralph Fiennes, lo llama para una misión que consiste en sacar de la cárcel a quien fue el enemigo de la entrega anterior, Blofeld (un Christoph Waltz en plan Hannibal Lecter), y descubrir quién anda detrás de una nueva arma que pone en peligro al mundo.

Además de las espectaculares secuencias de acción, el gran acierto de la película está en cómo introduce lo que se llama “corrección política”, abriendo nuevas posibilidades argumentales y narrativas. De ahí que los personajes más importantes sean tres mujeres: una afroamericana en el papel de la nueva agente 007, una niña que promete salir en futuras películas, y Madeleine, interpretada por una Seydoux sin estridencias dramáticas.

Sin tiempo para morir cobra fuerza en sus momentos álgidos, cuando el ritmo trepidante se mantiene gracias al pulso del director Cary Joji Fukunaga, quien entrega una película que emociona y entretiene.

El logro de Daniel Craig es haber compuesto un Bond flexible, capaz de pasar de la solemnidad a la ligereza sin que se le desacomode el moño. El actor supo darle al personaje destreza física, humor sutil y mucha convicción. La escena final es una despedida conmovedora y radical, una bomba al corazón del espectador.