Sin tiempo para morir

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El director de Sin nombre, Beasts of No Nation y la serie True Detective propone, a partir de un guion que coescribió con -entre otros- la talentosa Phoebe Waller-Bridge, una despedida a lo grande de Daniel Craig en su etapa como agente 007. Un espectáculo grandioso y al mismo tiempo conmovedor que pide a gritos la pantalla grande (gigante).

Casi tres horas de duración (la más extensa de la saga), imponentes locaciones en Italia, Jamaica, Noruega, Reino Unido y las islas Faroe, set pieces con el vértigo y el despliegue de CGI que una producción de 250 millones de dólares de presupuesto permite (y exige), un elenco pletórico de figuras que aporta un incuestionable profesionalismo para cada uno de los personajes secundarios, un eficaz narrador como Cary Joji Fukunaga y -claro- Daniel Craig en su adiós a James Bond con un desenlace a pura épica y emoción. Sin tiempo para morir es esa combinación armoniosa de tradición y modernidad para que el cine en el cine siga teniendo razón de ser, un blockbuster que ostenta adrenalina y espectacularidad con los mejores recursos y que pide la pantalla más grande y el sonido más exquisito posibles.

¿Daniel Craig será recordado como un 007 a la altura de Sean Connery o Roger Moore? ¿Sin tiempo para morir quedará como la mejor de la era reciente incluso por encima de la aclamada Casino Royale (2006)? Por supuesto, todo es materia opinable (más aún cuando de comparaciones, listas y rankings se trata), pero de lo que no quedan dudas es que esta flamante entrega coescrita por Neal Purvis, Robert Wade, el propio Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge (sí, la de Fleabag) está a la altura de las expectativas y justifica la a esta altura larguísima espera, los múltiples aplazamientos en el estreno y la decisión irrenunciable de no compartir un lanzamiento simultáneo en streaming hogareño.

La escena previa a los créditos iniciales -siempre extensos, con ese kitsch ya demodé y en este caso con el tema compuesto e interpretado para la ocasión por Billie Eilish- está ambientada en una cabaña rodeada de hielo. Hasta allí llega un asesino en plan de venganza sangrienta que remite más al cine de terror que al de acción. La niña que protagoniza esos primeros minutos sobrevive y -tras un acuática elipsis- la veremos convertida en la Madeleine Swann de la francesa Léa Seydoux. Y Madeleine, que ya había aparecido en Spectre (2015), será precisamente el gran amor, pero también el principal peligro (no adelantaremos nada más) para un Bond que ni siquiera puede despedirse como desea de la Vesper Lynd de Eva Green porque una bomba estalla cuando está frente a su tumba en un cementerio italiano.

Tras una larga secuencia a bordo de, claro, un Aston Martin, se produce un salto de cinco años y nos reencontramos con un Bond que vive ya retirado en un paradisíaco enclave jamaiquino. A tal punto que hasta el número de agente secreto le han retirado y el 007 ha quedado en poder de una joven negra llamada Nomi (la muy dúctil Lashana Lynch), algo así como cuando el Barcelona le entregó la camiseta 10 de Messi a Ansu Fati. Pero si el MI6 le da en principio la espalda, será el Felix Leiter de la CIA (Jeffrey Wright) quien lo convencerá de volver a la acción con una secuencia totalmente absurda ambientada en Cuba. Porque, sí, los cubanos y sobre todo los rusos siguen siendo la principal amenaza en una franquicia que parece haberse quedado en tiempos de la Guerra Fría. Si no fuera porque hay científicos que manipulan sofisticadas armas biológicas y porque los gadgets tecnológicos y las armas son de última generación cualquiera podría pensar que la acción en verdad transcurre en la década de los '60.

Quizás los malvados de turno esta vez no tengan el vuelo de otra veces (lo de Christoph Waltz en plan Hannibal Lecter es en esta ocasión muy breve y lo de Rami Malek resulta eficaz aunque no deslumbra), pero Sin tiempo para morir sostiene casi sin recaídas la tensión, la intensidad y el interés hasta llegar a un final digno de un Bond que Craig supo moldear, desarrollar, profundizar y pulir durante los últimos 15 años. Una despedida a su medida.