Sin nada que perder

Crítica de Diego Papic - La Agenda

América salvaje

Sin nada que perder actualiza algunos tópicos del western y los lleva a Texas en el siglo XXI, al país crepuscular y salvaje de Donald Trump.

Los westerns transcurren a fines del siglo XIX en el oeste de los Estados Unidos. Hay sheriffs, indios, cowboys, caballos, pueblos con sus bares y sus bancos, llanuras resecas y prostitutas. Pero en el fondo lo que cuentan los westerns es la llegada de la civilización a un lugar que hasta hacía pocos años era una anarquía, un sálvese quien pueda; cuentan los estertores de esa época en la que si un forajido violaba a tu mujer, tenías que ir a buscarlo con unos amigos y cagarlo a tiros, quizás con la ayuda del sheriff pero no necesariamente de la ley. Los westerns mitificaron el nacimiento de los Estados Unidos.

Sin nada que perder no transcurre en el siglo XIX sino hoy, en pleno siglo XXI en Texas, pero todo tiene un ambiente de western: los bares son los típicos diners americanos, están los bancos, los indios, el sheriff, los forajidos y las llanuras resecas; pero los caballos están fuera de campo -se los menciona, nunca aparecen- y los indios ya están totalmente asimilados a la sociedad liberal. Más allá de estas diferencias, el alma del western está ahí: una sociedad en la que las instituciones son débiles o inexistentes y los individuos hacen justicia por mano propia, en este caso no solo mediante la violencia sino también mediante el engaño.

Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster) son dos hermanos que asaltan bancos. No son profesionales ni mucho menos: son bastante torpes, pero como los bancos tampoco son muy grandes, logran hacerse con algo de dinero. No demasiado, tampoco. Marcus Hamilton (Jeff Bridges, en un papel por el que quizás gane el Oscar) es el sheriff que -previsiblemente- está a cerca del retiro. Junto a su compañero Alberto Parker (Gil Birmingham), un descendiente de indios y mexicanos, va a perseguir a los hermanos, que torpemente dejaron demasiadas pistas en su camino.

La trama es sencilla y no da demasiadas vueltas. Desde el comienzo sabemos que Marcus dará con Toby y con Tanner, aunque él tampoco parece demasiado empecinado en eso. Sin nada que perder es un neo-western o podría ser un policial pajuerano ambientado en una ciudad en la que todos duermen la siesta y a nadie le importa demasiado nada: ni al ladrón robar y escapar, ni al policía atraparlo.

Luego veremos cuál es el objetivo final de los hermanos, pero en el camino los personajes dialogan con una cadencia contagiosa acerca de ese mundo crepuscular al que parecen no haber llegado las mieles del capitalismo. En uno de los primeros planos puede verse un grafiti: “tienen dinero para hacer la guerra en Irak pero no para nosotros”. Esa es la clave política según la cual hay que leer la película: un western en el país de Trump, en el que todos están abandonados por el Estado, incluso el sheriff que termina haciendo justicia usando el rifle de un ciudadano común. (Puede ser divertido hacer el ejercicio de imaginar a quién votó cada personaje: todos a Trump, desde el ladrón hasta el sheriff, pasando por los camareros y los cajeros del banco; quizás Tanner no haya ido a votar, ¿pero a Hillary? Nadie.)

Como todo buen western, Sin nada que perder termina con un duelo. Pero en este caso no es un duelo de pistolas sino de lenguas: héroe y antagonista -pero no es claro cuál es cuál- se tiran dardos verbales para cerrar una película perfecta, crepuscular, pequeña, árida, que captura como pocas el espíritu de los westerns clásicos.

La semana pasada pudimos ver La La Land: Una historia de amor, que intenta imitar los musicales clásicos sin actualizarlos y en el camino, como inevitablemente pertenece al siglo XXI, se derrumba pese a la picardía de su director Damien Chazelle. Sin nada que perder es cómo sería un western si el género hubiera nacido ayer, no imita los clásicos sino que se nutre de sus ideas y filosofía, los invoca como un medium y se deja poseer. Pensándola bien, no debería resultarnos sorprendente: la victoria de Donald Trump nos hizo ver que el Salvaje Oeste aún existe y vota.