Sin límites

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

EL OLVIDO DEL SER (HUMANO)

Sin límites ahonda en el problema del conocimiento y sus límites. Bajo este planteo Neil Burguer, conocido por El ilusionista (2006), despliega un relato interesante desde el punto de vista de alguien para quien puede conocer todo menos a sí mismo.

Eddie Morra (Bradley Cooper), un escritor que parece haber perdido la inspiración y encontrado la decadencia consume una droga que le da acceso al ochenta por ciento de su cerebro –parece que el resto de los mortales solo acceden al veinte por ciento. En tres días termina su libro, en otros pocos aprende piano, en menos tiempo, de manera autodidacta, estudia administración de empresas, se vuelve millonario y codiciado por magnate (Robert De Niro) para que lo asesore con sus inversiones. La seguridad que da el saber es lo que nos atrapa a poco de iniciarse la película. Se suceden ensoberbecidas secuencias que transmiten bien ese aplomo del que sabe, esa velocidad en la que los datos llevan a lugares eficaces para dar respuestas, resolver problemas, generar ideas. El problema, para Eddie, para la película, y para cualquiera que con o sin la pastilla en cuestión no tenga límites para el saber es precisamente eso: el límite. En cuanto a Eddie, la soberbia que le da el conocimiento le provoca un estado en el que olvida su ser, en todos sus modos como escritor, como novio, como alguien existente y autónomo en el tiempo. El ex escritor parece arrastrado por una fuerza que, arrasa con el tiempo (límite) y que en apariencia, lo encamina como profesional (accede a la cumbre de Wall Street) y como persona (recupera a su novia que lo había abandonado tras ponerse un límite ante la situación en la que vivía su pareja). Hasta aquí la propuesta de Sin límites es que resultaría fantástico poder disponer de todo nuestro sistema nervioso central para conocer de manera absoluta, divina.
Según las acciones de Eddie, podemos inferir que en su cerebro no se hallaba disponible ningún tipo de Ley, ni siquiera el viejo y querido principio moral de “haz el bien, evita el mal”. Ante esta carencia no hay nada que transgredir, aquí aparece el primer punto negativo del personaje. Al no haber ninguna lucha, nos encontramos con una propuesta lineal por demás. No hablamos de coherencia del personaje, cosa que parece existir, ya que si no hubo Ley (por tradición, por educación familiar, por religión, por respeto por el otro) le es propio conocerse ilimitado; sino de una suerte de devenir del protagonista por acumulación, no por sorteo de peripecias, aunque fuesen conflictos con el límite interno, ya que pedir problemas con los externos, aunque se le presentasen como nuevos, sería demasiado.
La situación frente a la que nos ubica el límite debería ser un interrogante en sí misma. Que Eddie nunca lo encuentre también merecería cuestionamientos para que la película no se quedara en esa vorágine rectilínea de frenéticos zooms, provocada por la ambición y la soberbia de quien no puede definirse pero eso no le representa un conflicto. Sin límites podría, entonces, estar bien planteada desde un personaje que no encuentra límite para su saber, que no puede decir nada sobre él. La situación cambia cuando se lo quiere justificar, por usar una droga y no saber “legítimamente”, ya en el apogeo de su carrera, mostrando que realiza donaciones para ayudar a los más necesitados. Remarcar este falso cambio del personaje es apostar por una linealidad narrativa que la aleja de lo que podría haber sido un planteo interesante ante el problema del conocimiento y el límite humano.