Sin límites

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Las puertas de la percepción

“Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”, escribió William Blake en su obra “El matrimonio del cielo y el infierno”; de allí sacó Aldous Huxley el título de una célebre obra, y Jim Morrison el nombre de The Doors.

Algo de la cita de Blake estaba en la cabeza del escritor Alan Glynn cuando escribió la novela “The Dark Fields”, sobre la que Leslie Dixon escribió el guión que Neil Burger filmó como “Sin límites”. Pero también algo de la vieja mitología (nacida en los tiempos del propio Blake) del “moderno Prometeo” que le juega con cartas marcadas a la Naturaleza.

Mutatis mutandis

Eddie Morra es un escritor que no escribe. No tiene trabajo, su novia Lindy lo abandona, vive en un departamento caótico, y encima no se le cae una idea para el libro que tiene prometido a una editorial. En medio de su vida de slacker, se produce un encuentro con un ex cuñado, otrora vendedor de drogas, que le dice que ahora se reformó y trabaja para los laboratorios, o sea para el lado legal del mundo de las drogas.

Charla va, charla viene, el tal Vernon le termina mostrando una píldora transparente, que parece una mezcla de éxtasis con pastilla de mentol. Le dice que es una dosis de NZT, una droga experimental, capaz de potenciar las capacidades intelectuales: “¿Sabes que dicen que sólo podemos acceder al 20 % de nuestro cerebro? Esto te da acceso a todo”.

Eddie prueba la sustancia, y bajo sus efectos termina dándole una charla de derecho a su casera (recuperando todo lo que alguna vez vio o escuchó de casualidad sobre el tema) y termina llevándosela a la cama. Luego, comienza a escribir su libro como por arte de magia. Sintiéndose poderoso, busca a Vernon para pedirle más NZT, pero lo encontrará asesinado. A pesar de ello, logra hacerse con una paquetito de la droga como para sostenerse un tiempo.

El NZT amplía las capacidades de aprendizaje y comprensión, “expande la conciencia” (como si fuese la melange de “Dune”, perdón por la digresión) y permite hacer la “data recovery” de todo la información que alguna vez pasó por los sentidos. Con esta seguridad y recursos, Eddie se produce, recupera el interés de Lindy, empieza a meterse en el mundo de las finanzas, donde se cruzará con el veterano Carl Van Loon, su mentor y futuro rival. Ni siquiera pueden pegarle unos ladrones, porque Eddie recuerda todas las películas de Bruce Lee que vio, y peleas de box, lo que lo convierte en un experto luchador.

¿Qué más puede pedirse? Eddie se siente el rey de mundo, pero comenzará a verse amenazado: por el mafioso ruso que le prestó dinero para invertir; por un misterioso perseguidor insistidor, como un Terminator; por las trampas que parece tenderle el mundo empresarial; por la menguante dotación de la sustancia, y por las sospechas de que no es tan inocua como parece, tanto en su consumo continuado como en su abstinencia.

La trama va reuniendo varias de estas amenazas, en una trama de suspenso en la que Eddie tendrá que demostrar si sus capacidades expandidas pueden sostenerlo con vida.

El revés de la trama

Burger logra plasmar en la pantalla los efectos del NZT sobre la conciencia: desde los “supertravellings” como el que abre la cinta, hasta las “metafóricas” lluvias de letras y números, pasando por los flashes de cosas que Eddie recuerda o la previsualización (casi como en la “batalla mental” de “Héroe”) de una acción física a realizar (como el plan de la potenciada Lindy para escapar del perseguidor). Destácase también una fotografía peculiar, basada en los azules y los ocres, que aumenta la sensación de “desnaturalización”.

Por lo demás, la trama está bien montada, con un ritmo narrativo que sube en un crescendo hasta alcanzar el clímax, aunque al final la cuestión se resuelva medio a las cachetadas, quizás sin la profundidad que la trama tenía hasta el momento. Queda también en el medio cierto incidente policial, que pierde en algún momento toda la importancia que podía llegar a tener.

Desde el punto de vista actoral, Bradley Cooper logra mostrar las diferentes etapas por las que pasa el protagonista, a medio camino entre el Doctor Jekyll y el Charly de la película homónima (cuyo actor ganador de un Oscar, Cliff Robertson, murió justamente el lunes). Abbie Cornish como Lindy está correcta, y se lucen ligeramente dos secundarios: Johnny Whitworth como el detestable Vernon, y Andrew Howard como el mafioso Gennady, otro ejemplo de cómo la sustancia potencia lo que la persona ya era (casi como el objeto que le dio título a “La máscara”).

Párrafo aparte le dedicamos a Robert De Niro: su Carl Van Loon es uno de esos personajes que a él no debería llevarle más de 15 minutos componer, pero supo darle la mesura justa y construir al antagonista ideal en una película sin villanos, o en realidad en la que todos lo son.

Dice Carl: “Tus poderes deductivos son un regalo de Dios o del azar o de un tiro directo de esperma o de lo que sea o de quien sea que escribió el guión de tu vida. Es un regalo, no merecido. No sabrás lo que sé, porque no te has ganado esos poderes. Nos matas con esos poderes. Eres descuidado con esos poderes, alardeas de ellos y los tiras por ahí como un mocoso con su fondo fiduciario. No has tenido que trepar todos los peldaños grasientos. No se ha aburrido a ciegas en la recaudación de fondos. No has esperado lo suficiente para tener tu primer matrimonio con la chica con el padre correcto. ¿Crees que puedes saltar por encima de todo en un solo salto. No ha tenido que sobornar o encantar o amenazar para hacer tu camino a un asiento en esa mesa. Usted no sabe cómo evaluar su competencia, porque no ha competido. No me hagas tu competencia”.

Finalmente sabremos cómo se resolverá la tensión entre el “artificial” Eddie y el “natural” Carl. Quizás de una manera aparentemente fácil... aunque todo es más fácil cuando el infinito se puede contemplar de un solo vistazo.