Sin dejar huellas

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Erik Zonka fue un director que hace ya treinta años, sorprendió con una película que fue innovadora tanto por las interpretaciones de sus dos actrices protagónicas como por la búsqueda de un nuevo lenguaje dentro del cine francés de aquel momento. Fue así como Zonka, con “La vida privada de los ángeles” llegó a estar nominado a la Palma de Oro en Cannes, sus actrices ganaron sendos premios en ese festival y su ópera prima se alzó luego con varios César de la Academia Francesa.
Han pasado treinta años exactamente y toda el aire vanguardista que tenía su cine en aquel momento (luego se estrenó también en nuestro país “Le petit voleur / El pequeño ladrón”) se estrella contra el relato más esquemático y clásico, que transita por todos los clichés del género en “SIN DEJAR HUELLA”, un film policial basado en una novela israelí de Dror Mishani, de la que Zonka hace también la adaptación.
La historia gira en torno a la desaparición de Dany, un adolescente de 16 años del que no se tiene el menor rastro. Su madre (Sandrine Kiberlain), acude desesperadamente a pedir ayuda a la policía: su hijo ha ido al colegio y jamás ha regresado.
El caso le es asignado inmediatamente a François Visconti (Vincent Cassel), un prototípico y estereotipado detective.
Quebrado, alcohólico y con serios problemas familiares tanto con su ex mujer como con su hijo, relacionado con una red de comercialización de droga en la ciudad, se hará cargo del caso, quizás sobrepasando los límites porque refleja de alguna manera en esa búsqueda, la de (re)encontrarse con su propio hijo.
Hosco, ermitaño, misógino, violento, amargado, Visconti es como el compendio integral del personaje frustrado y negativo. En una primera apariencia, el disparador de la desaparición puede haber sido la fuga de Dany frente a un hogar expulsivo y poco contenedor: un padre ausente por un viaje de trabajo, una madre sobrepasada por la situación y una hermana con síndrome de Down. Pero a medida que la investigación avanza nada es tan simple como parecía y todo se va sumergiendo en un clima sumamente enrarecido.
Justamente cuando se cruce en el medio de la investigación, el Sr. Yann Bellaile, hay un primer giro fuerte en el clima, en el tono del film y en la propia trama. Romain Duris encarna a Bellaile, un profesor de literatura, aspirante a escritor, que no solamente es el vecino de la familia sino que además ha sido el maestro particular de Dany y se ha relacionado con él con un afecto muy especial.
Esta desaparición lo altera completamente, lo obsesiona y modifica incluso el vínculo con su esposa (Elodie Bouchez, precisamente la protagonista de “La vida privada de los ángeles”) pero por sobre todo, lo pone en el ojo de la tormenta, constituyéndolo en el principal sospechoso de la investigación de Visconti.
Pero justamente “SIN DEJAR HUELLAS” es una película que más allá de apoyarse en ambientes sombríos y personajes desagradablemente oscuros, apunta a sorprender con los repentinos “twists” que da la trama y es por eso, que uno rápidamente entiende, que obviamente nada será lo que parezca a primera vista.
Zonka justamente parece mucho más preocupado en que esos giros sean efectistas y logren sorprender al espectador, que en construir un relato fluido y dinámico a través de las casi dos horas de proyección. Así como el tono general es sumamente irregular, con momentos muy logrados mezclados con otros completamente convencionales (en el peor sentido de la palabra), también el trío protagónico parece transmitir lo mismo con sus actuaciones.
El excelente Romain Duris (a quien vimos, entre otros tantos trabajos, en la trilogía de “Piso Compartido” de Klapisch, fue el travesti de “Une nouvelle amie” de Ozon, dirigido por Audiard en “El latido de mi corazón” y nominado cinco veces al premio César) trabaja su personaje demasiado cargado de guiños y mohines. Una composición más exterior que interior para dar vida a un personaje que de esa manera genera la confusión que el relato necesita para sembrar “falsas pistas” y entrar en el juego que el género propone.
Vincent Cassell, otro gran actor, recurre en forma permanente al estereotipo y su Visconti se presenta como un cúmulo de lugares comunes y convenciones.
Es obvio que Cassell tiene el talento necesario para que brille su personaje, pero sin embargo descansa en su vestuario harapiento, en su desprolijidad exterior, en la crispada violencia a flor de piel para dejarnos con ganas de haber visto un trabajo que recurriera más a su capacidad de sutileza y sin tanta obviedad manifiesta.
Quien parece hacer entendido perfectamente el significado de ese rio negro que atraviesa el alma de los personajes (apelando al título original “Fleuve Noir”) es Sandrine Kiberlain. Algunos la recordarán por su delicado trabajo en “Un affaire d´amour – Mademoiselle Chambon” de Stéphane Brizé o como Simone de Beauvoir en “Violette”, otros por sus comedias como “Las mujeres del sexto piso” o la jueza de “9 mois fermé” y es quien ha brillado a las órdenes de Alain Resnais, Serge Bozon o Maïwen.
Una actriz que ha dado muestras suficientes de su ductilidad y su poder interpretativo, se carga la película al hombro y en solo tres o cuatro escenas contundentes y en un final en el que cierra perfectamente la perversidad de su personaje, Kiberlain hace la gran diferencia de “SIN DEJAR HUELLA”.
Zonca sabe perfectamente cómo filmar un buen producto y si bien no hay grandes aciertos, tampoco hay errores notorios. La película navega entre el producto de género bien hecho y el pretendido cine de autor, sin tocar ninguna orilla. El resultado final mejora con un último giro de la trama completamente efectivo y con dos actores (Kiberlain logra opacarlo a Cassel aunque parezca imposible) que potencian el texto, generando muchísimo más impacto del que propio texto propone.