Silencios

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Caras del abuso

Drama coral basado en distintas historias con víctimas y victimarios.

Mercedes García Guevara tiene una filmografía breve pero valiosa: Río escondido y el documental Tango, un giro extraño. Silencios, su tercer largo, es su película más irregular. En parte, por el intento de abarcar demasiados tópicos de la realidad postcrisis 2001; en parte, por cierta impostación en la puesta de escena y algunos excesos retóricos que, por momentos, la hacen parecer anacrónica. Como si algunos personajes intentaran dejar en claro qué rol ocupan dentro de la película -y de la sociedad argentina- y no pudieran respirar del todo, fluir, tomar vida propia. Como si el guión los limitara.

Si bien la película es coral, porque se narran varias historias paralelas, sin un centro, García Guevara evita los cruces artificiales -que Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga volvieron a poner de moda hace pocos años-, aunque remarca la presencia de dos mujeres con entereza, que no se conocen entre sí y que se irán acercando sin saberlo. Son Eloísa (Marta Lubos), una señora de sesenta y pico, optimista, alejada de la vida urbana, volcada a los trabajos comunitarios, e Inés (Ana Celentano), una mujer soltera, algo frustrada, bien de ciudad, que padece el mandato del padre (Duilio Marzio) y entabla una relación pasional -¿sadomasoquista?- con un joven (Nahuel Pérez Biscayart) que le deja anónimos provocativos en el contestador.

Como el lector notará, a la película no le falta elenco. Y hay que sumar a Guillermo Arengo, en el difícil papel de un cura que abusa de un adolescente pobre. La película entera gira en torno de abusadores y abusados, incluso muestra (remarca) la cadena siniestra que va generando un solo abuso. De todas formas, hay momentos en que los personajes responden de un modo demasiado mecánico, con poca justificación: en esos tramos el filme no genera empatía; mantiene la distancia del artificio.

La gama de "abusos" tratados en Silencios es amplia, y abarca a los ejercidos sobre otros o sobre sí mismo: violaciones, consumo de cocaína, robos, anorexia, bulimia, destrato general. La inequidad social, abuso permanente, consentido -activa o pasivamente- por todos, también se destaca en el filme. Pero la dignidad humana, representada por Eloísa e Inés, en especial lejos de la gran urbe, mitigará el pesimismo.

Silencios no es un filme desdeñable: tan sólo fallido en algunos tramos. Lo mejor es su ambigüead para mostrar algunos vínculos sentimentales. Lo peor: su obviedad para señalar causas y efectos de una pirámide en la que, claro, conviven victimarios y víctimas.