Silencio

Crítica de Leo Valle - Malditos Nerds - Vorterix

NI UNA PALABRA

El drama religioso de Scorsese nos invita a cuestionar todas nuestras creencias.
Allá por 1989 Martin Scorsese se cruzó con la novela “Silencio” de Shusaku Endo, escrita en 1966. Inmediatamente decidió que quería llevarla al cine, pero como venía de malas con la Iglesia después de la controversial La última tentación de Cristo (“The Last Temptation of the Christ”, 1988), decidió posponer el proyecto. Finalmente, casi treinta años después, el director se pudo volcar a su producción más personal en años.

La premisa de Silencio (“Silence”, 2017) es simple: a finales del siglo 17 dos sacerdotes jesuitas portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), se embarcan en una misión al hostil Japón, donde los practicantes de la religión cristiana son perseguidos y castigados por el régimen vigente. Los jóvenes buscan a su mentor, el padre Ferrerira (Liam Neeson), quien después de haber sido sometido a torturas supuestamente renunció a la fe y está viviendo como un nativo japonés – con esposa e hijo incluidos.

El centro de la película es Rodrigues, cuya fe es puesta a prueba desde el primer minuto, cuando entiende que esta misión casi suicida es parte del plan de Dios, hasta la última escena. Los japoneses, practicantes del budismo, consideran el cristianismo como una invasión cultural occidental que corrompe las raíces de la propia. Aún así, en medio de la persecusión, los inquisidores dejan vivir a cualquiera que esté dispuesto a apostatar (renunciar a Dios) pisando unas placas (llamadas fumi-e) con representaciones de la Virgen o Jesús.

Y cuando Rodrigues es inevitablemente capturado se enfrenta a su reto más duro. Como explica el mandamás Inoue Masashige (Issei Ogata), los japoneses han aprendido de sus errores del pasado y ya no matan a los sacerdotes porque los vuelven mártires. Rodrigues tiene que ver una y otra vez cómo el castigo y la crueldad se trasladan a su rebaño. La resistencia no es física (de hecho está bien cuidado y alimentado), sino del espíritu.

Es entonces cuando las dudas de Rodrigues se hacen manifiestas. No solo se cuestiona el viaje y su propia capacidad para sobrevivir a este martirio, sino también cuál es su objetivo, qué es lo que Dios quiere de él. Es fácil caer en la clásica “¿Qué haría Jesús?”, cuando la respuesta sería “soportar el sufrimiento para fortalecer la fe”. Pero ¿qué hay de las víctimas? ¿No sería más sencillo renunciar a la fe con un gesto simbólico y confiar en que Dios entenderá que es necesario para terminar con el sufrimiento no propio, sino ajeno?

Silencio es una obra tan monumental como dura, que pone a prueba la resistencia del espíritu del protagonista como del espectador. Después de sus eternos 160 minutos de duración no ofrece respuestas a las preguntas y las dudas que plantea durante todo su desarrollo, sino que nos invita a meditar acerca de la fe – y quizá cuestionarla en el proceso.

Técnicamente, la película es una maravilla. El silencio no se queda únicamente en el título (y en la falta de respuesta de Dios), sino que se utiliza como recurso narrativo, tanto para representar la (supuesta) ausencia de civilización como para, después de escuchar por minutos gritos y quejidos de agonía, marcar el fin de la vida.

El trabajo de cámara también es magnífico. Scorsese se asegura de crear una cierta distancia entre el espectador y los eventos que se desarrollan, poniéndonos en los ojos de (porqué no) Dios. Nunca vemos el sufrimiento en primer plano, ni nos sentimos con la capacidad de intervenir. La tortura es más cruda justamente porque el espectador experimenta la impotencia del sacerdote y el sufrimiento de la víctima sin recurrir a golpes bajos.

Gran parte de los aplausos se los lleva el director de fotografía Rodrigo Pietro, que construye un Japón tan desolador como alegórico en cada escena.

Se nota a la legua que Silencio es quizá el trabajo más involucrado de Scorsese en años, pero puede que su reverencia por el material original sea en parte lo que le juega en contra. Somos testigos una y otra vez de las pruebas a las que es sometido el padre Rodrigues, que caen en un círculo de repetición que en lugar de cementar su compromiso, agotan al espectador.

Y justamente Andrew Garfield como Rodrigues es parte del problema. El actor, que viene de interpretar a otro fiel devoto en Hasta el último hombre (“Hacksaw Ridge”, 2016) muestra que este rol le queda muy grande. En la película de Mel Gibson su fe, devoción y optimismo eran la solución a un problema. Acá, no consigue transmitir de forma creíble el peso que genera que su fe en lugar de salvar vidas las esté tomando. Hablar con el diario del lunes es fácil, pero hubiera preferido Driver y Garfield invirtiesen sus roles, porque siento al primero un tanto más a la altura de las circunstancias – pero bueno, es más feo y menos vendible.

Garfield también contrasta con el trabajo de varios de los actores secundarios, que realmente se devoran algunas de las escenas en las que intervienen – en particular Issei Ogata

La película me pareció admirable, pero igual de insoportable. Estoy seguro que alguien con un contacto mayor con la religión encontrará un atractivo extra. Pero este drama épico de casi tres horas, que gira alrededor de las constantes dudas de un sacerdote que pasa la mayoría de las escenas encerrado o escondido se me hizo eterno y tuve que luchar contra el tedio en repetidas ocasiones. Estoy seguro que hay una forma de hacer esta película más accesible al público regular, pero Scorsese quería contar esta historia de una forma particular, y en ese sentido, estoy seguro que hay tenido éxito.

Silencio es un drama duro y extenso en el que la espiritualidad, la fe y la devoción juegan un papel fundamental al momento de identificarse con su premisa y el conflicto presente. Decir que no es para todo el mundo es quedarse corto, ya que exige casi tanto del espectador como del protagonista. Es digna de admirar desde el trabajo y el compromiso que el director le puso encima, pero es para ver en cuotas – y no estoy jodiendo.