Silencio

Crítica de Facundo Barrionuevo - El Día

Silencio dijo el cura, silencio dijo el juez.

En 1988 Sorsese filmó La última Tentación de Cristo. No sólo el estreno fue imposible en Argentina, como en otros países, sino que para 1996 también un juez de la nación prohibió su exhibición en televisión a instancias de agrupaciones cristianas. ¿Cuál era el gran problema? Hacia el final de la película Jesús se tentaba de tener una vida común y corriente. En vez de entregarse a la martirización imagina por unos momentos cómo sería tener esposa, hijos y un trabajo rutinario. ¿Vieron eso que todos empiezan a odiar cuando envejecen? Bueno, Jesús lo anhela por unos instantes. Por supuesto que luego decide elegir el sacrificio y cumple con su misión en la tierra. Pero esa pequeña tentacioncita ya era suficiente para que la película fuese prohibida. Este costado humano no podía ser contado, nadie debía escucharlo.

Silencio muestra la historia de dos jesuitas portugueses que en el siglo XVII viajan a Japón en busca de su mentor, el Padre Ferreira (Liam Nesson). Se rumorea que, en medio de la sangrienta persecución sufrida por los japoneses cristianos, este padre ha traicionado a la Iglesia. Durante la travesía, los dos Jesuitas (Andrew Garfield y Adam Driver) se encuentran con varias aldeas donde, más allá de las prohibiciones y asesinatos, siguen practicando la Fe cristiana, pero ocultos y en silencio.

De todas maneras, aquí el silencio no sólo tiene que ver con la prohibición a pronunciar el nombre de Dios, sino también del silencio que guarda el propio Dios. El mismo vacío asolador de El Silencio (1963) de Ingmar Bergman. Lo que no significa que Dios no exista. Que alguien guarde silencio significa, en primera medida, que ese alguien existe. Así lo insinúan también los planos cenitales que acompañan a los protagonistas, como subjetivas de un Dios-Drone. Los silencios también construyen el ritmo particular de la película. Al inicio, más cercano a las nieblas silenciosas de Kurosawa, y luego, más parecido a la cadencia de La Edad de la Inocencia que al ritmo frenético habitual de Scorsese.

“Cristo no murió por lo bueno y bello, eso es bastante fácil, lo difícil es morir por los miserables y corruptos” reflexiona uno de los jesuitas. La película también nos propone interesarnos por esos personajes. Los más humanos, los que tropiezan, los que se tientan, los que traicionan por debilidad, los perdedores, los feos, los malos y los sucios, los maleducados, los que todavía no aprendieron a callarse; en quienes probablemente se pueda encontrar La Verdad.