Silencio

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Silencio, la nueva película de Martin Scorsese se toma casi tres horas para contar la historia de dos misioneros jesuitas portugueses en tierra japonesa, a mediados del siglo XVII.

La última imagen de Silencio traiciona la ambigüedad religiosa que era lo más interesante que mostraba la película de Martin Scorsese hasta ese punto final. Basada devotamente, casi página por página, en la novela del mismo nombre de Shusaku Endo, un escritor japonés católico que tuvo un enorme éxito en la década de 1960, la obra del gran director norteamericano cuenta la historia de dos jesuitas portugueses misioneros en Japón a mediados del siglo XVII, la época de máxima represión contra los cristianos en aquel país.

El título alude al supuesto silencio de Dios ante todas las atrocidades a las que son sometidos tanto los misioneros como los fieles orientales. El testigo y protagonista es el padre Sebastián Rodrigo (Andrew Garfield) quien además de contener a los pobres campesinos y pescadores creyentes, que se quedaron sin nadie que los guíe, pretende llegar hasta Cristóbal Ferreira (Liam Neeson), un sacerdote jesuita casi legendario que fue su maestro y de quien se dice que renunció a su fe y ahora vive con una mujer y un hijo en Nagasaki.

El tema del choque cultural y religioso entre Occidente y Oriente, visto tanto desde un punto de vista político como existencial, tal vez sea un material más apto para un ensayo que para una película, algo que ya se percibe en la novela de Endo, quien tuvo la inteligencia de componerla de una forma híbrida, con documentos, diarios, testimonios y capítulos en tercera persona, lo que le permite abundar en datos y reflexiones difíciles de integrar a la acción dramática, aunque sin dudas sirven para contextualizarla.

Scorsese elige la voz en off para acompañar las imágenes de esa peripecia y, tal vez por ese motivo, el relato visual parece más ilustrativo y distante. Una distancia que crece por la forma académica (en el sentido pictórico no cinematográrico) con la que el director siempre ha abordado los temas históricos, desde La última tentación de Cristo hasta Pandillas de Nueva York, pasando por La edad de la Inocencia. Uno podría suponer que el barroco de la época que está representando justifica la elección de su paleta de colores y de sus encuadres, pero el resultado es de una frialdad apática, como si la belleza del mundo que muestra devorara cualquier sufrimiento humano.
Antes que darse tiempo para contar su historia -dura unas tres horas, casi más que leer la novela- lo que hace Silencio es quitarle el tiempo al espectador, abusar de su paciencia durante la larguísima primera mitad donde es muy poco lo que ocurre en sentido dramático. Lo que podría haber sido lo más interesante: el personaje de Kichijiro, un japonés cristiano cobarde que traiciona y se arrepiente todo el tiempo, es desperdiciado, un poco por la falta de carisma del actor y otro poco por la forma mecánica en que lo presenta el director.

Ya en La última tentación de Cristo Scorsese pretendía humanizar al cristianismo, ponerlo de parte de cada persona, de cada individuo que vive y sufre, y sacarlo del rígido dogma de la institución eclesiástica. Vuelve a hacerlo en Silencio, con mucho menos potencial de escándalo y con la ayuda de la voz de Liam Neeson que debe de ser lo más parecido a la palabra de Dios en la Tierra.