Silencio

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

La fé y la dignidad humana al servicio de la imagen

“Silencio”, último filme de Martin Scorsese, toma como referencia la novela del autor japonés Shusaku Endo que ya había sido llevada dos veces a la pantalla. La primera dirigida por Masahiro Shinoda, presentada en Cannes en 1971, y la segunda realizada por el portugués Joao Mario Grilo, estrenada en 1994.
Sh#363;saku End#333;, escribió “Silencio” en 1966, y está considerada como la obra maestra de su carrera y una de las mejores novelas del siglo XX. Tanto la novela como el filme orientan la mirada del espectador hacia una cuestión de Fe. Esa Fe religiosa que llevar al hombre a realizar los actos más inverosímiles y curarse a los enfermos más graves. Esa Fe que permite conservar el espíritu sujeto a Dios frente a los horrores de la guerra, la tortura y las vejaciones extremas.
“Silencio” se sitúa cronológicamente a comienzos del siglo XVII tras la derrota de la rebelión de Shimabara de 1636, llevada a cabo por campesinos disconformes. Shimabara fue dominio de la familia Arima, que habían sido cristianos y como resultado muchos habitantes también lo eran. Los Arima salieron del lugar en 1614 y fueron reemplazados por la familia Matsukura. El nuevo señor, Matsukura Shigemasa, de religión Shinto-Budista, tenía aspiraciones de avanzar en la jerarquía del shogunato, por lo que se involucró en diversos proyectos que provocaron un aumento desproporcionado y excesivo en los impuestos, además de la consecuente persecución de cristianos. Incluso los holandeses que tenían un puesto de comercio en los alrededores y que no simpatizaban con la doctrina católica se sintieron amenazados por la excesiva represión.
En 1543 arriban los primeros barcos portugueses y con ellos la actividad misionera de sacerdotes católicos en Japón. A comienzos de 1549 llega el jesuita San Francisco Javier protegidos por el Reino de Portugal. Muy poco tiempo después comienzan a llegar sacerdotes pertenecientes a las órdenes mendicantes como la de los dominicos y los franciscanos, patrocinados por España.
La historia de la realización de Scorsese tiene como punto de partida el viaje que dos jóvenes sacerdotes realizan a tierras niponas. El joven jesuita portugués, Sebastião Rodrigues (basado en el personaje histórico de Giuseppe Chiara) y su compañero fray Francisco Garrpe (interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver respectivamente), enviados a esa tierras lejanas por el Superior, el padre Valignano (Ciarán Hinds), con el fin de socorrer a la Iglesia local e investigar las denuncias de que su mentor, el padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), ha cometido apostasía. Ferreira es una figura histórica, que renegó de la Iglesia después de ser torturado, y más tarde se casó con una japonesa dedicando el resto de sus días a traducir textos occidentales y escribir por encargo un tratado contra el cristianismo.
Una vez en territorio japonés, encuentran a un intérprete (Tadanobu Asano) y comienzan a ejercer su ministerio dando apoyo a los “kakure Kirishitan” (cristianos ocultos) que viven en clandestinidad, perseguidos por los señores feudales. Éstos,.con el fin de hacerles desistir de su fe, son obligados a pisotear el “fumie” (imagen de Cristo o la Virgen María grabadas en una tablilla de madera o cemento). Los que se negaban eran encarcelados, torturados o asesinados, y los que renegaron de la fe deberán vivir con sus remordimientos, la contradicción y la vergüenza de haber negado al dios occidental.
Tanto la novela como el filme exploran los límites de la fe y señalan el profundo choque cultural entre oriente y occidente, que durante ese período fue aún mayor. La imagen de Dios en ambos casos se aleja del Dios Todo Poderoso (Pantocrátor) para mostrarlo como un acompañante consolador que en cierto modo justifica el sufrimiento como un modo de alcanzar el estado de gracia que había logrado Jesús.
Las imágenes de “Silencio” se desarticulan en un doble relato que se aferra a lo místico y a través de éste a lo físico, mediante la metamorfosis del guerrero religioso a nuevo mesías lacerado y martirizado hasta su muerte, que transcurre de la manera más horrenda, y que, para el imaginario del espectador, sería semejante a la de Cristo, cuyo rostro se refleja en un riachuelo a través del escarnecido rostro del joven cura.
El espacio juega un rol de importancia en el filme de Scorsese, ya que se maneja en varios planos. Primero aparece el geográfico en el cual las formas están desdibujadas y el contorno de un país se presenta en representaciones de rocas cuyas aristas son agresivas, que en cierto modo anticipan la hostilidad que van encontrar a su paso los jóvenes jesuitas.
Luego aparece el páramo y las aldeas cuya miseria se refleja acertadamente en la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto que consigue con los tonos apastelados de grises, ocres, azules y verdes, o a través de las brumas, lluvias recrear un mundo perdido y sólo existente en los grabados japoneses.
Y por último el espacio íntimo de cada personaje, sólo puede existir en soledad, porque la vida y el entorno lo reprimen, en ese espacio generado por la necesidad se puede meditar sobre los valores, las creencias y la fe en Dios. Éste se acentúa en la cárcel y en las crudísimas escenas al borde de un acantilado, cuando al borde de la muerte elevan su mirada hacia el cielo en busca de compasión. Tal vez ese despojamiento del espacio y de los personajes tenga una cierta reminiscencia de la mitológica “La Pasión de Juana de Arco” (1928) de Carl Theodor Dreyer.
Las imágenes se despliegan a los ojos del espectador de modo brutal, sin dar respiro mostrando la barbarie y el salvajismo en su forma más arrolladora. Tal vez Scorsese al poner en evidencia esa forma de fanatismo religioso, ligado al poder del shogun (Issei Ogata) de turno quiera señalar que en occidente ocurrió lo mismo con la Inquisición y en la actualidad con los terroristas del Isis suceda otro tanto: o se adbica de las creencias o cortan la cabeza.
Martin Scorsese es un realizador muy versátil dentro de una obra signada por la violencia, sus personajes son gángsters, outsiders, y en algunos casos patológicamente obsesivos reflejados en “Calles peligrosas”, (“Mean street”, 1973), “Taxi driver” (1976), “Toro salvaje”, (“Raging bull”, 1980), Goodfellas “Buenos muchachos”, (“Goodfellas”, 1990), “Cabo de miedo”, (Cape fear”, 1991), “Casino” (1995), “Pandillas de Neva York”, (“Ganso of New York”, 2002).
Pero paralelamente busca su propia redención para atemperar tal vez su sentimiento de culpa que arrastra el hombre occidental por su tradición judeo-cristiana, en filmes que lo llevaron a desarrollar temas religiosos, ya sea dentro del mundo oriental como occidental, esto se refleja en: The Last Temptation of Christ (“La última tentación de Cristo” (“The last temptation of Christ”, 1988), “Kundun” (1997).
En la “La última tentación de Cristo”, esa magistral obra de Nikos Kazantzakis, que despertó la ira de la iglesia católica, Scorsese coloca a Cristo como un ser humano con las dudas y contradicciones propias de los existencialistas. En “Silencio” lo deja mudo y sin respuestas para sus mártires que claman por su ayuda.
“Silencio” es un filme sobre la dignidad humana, con una poética luz interior que alumbra el camino de los personajes, cuyas almas luchan por no caer cautivas de la tentación de convertirse en otro. Ese Otro que para salvar la carne debe entregar su fe, y por lo tanto prefieren el martirio a la claudicación.
Scorsese conoce los mecanismos para crear un filme estéticamente bello y potencialmente movilizador. La belleza de la crueldad también existe y ésta se presenta en todo su esplendor con imágenes en la que los protagonistas transitan por un via-crusis extremo, buscando a ese Dios que sólo los conforta en el silencio.