Silencio roto, 16 Nikkeis

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Buen documental sobre un duelo postergado

Este documental se llama "Silencio roto. 16 nikkeis". Nikkei, o nisei, es el descendiente de japoneses nacido en otra tierra pero aún ligado al mandato y las costumbres de los ancestros. Dieciséis es el número de niseis "desaparecidos", durante el pasado régimen militar. No es necesario explicar a qué se llama "desaparecido" entre nosotros. Silencio roto, es algo que la comunidad japonesa logró recién hace pocos años. La película explica esto.

Para ello va hilvanando la historia de tres familias de inmigrantes. Los primeros que llegaron, la contracción al trabajo y el respeto a los mayores. Se crece "mirando la espalda del padre", sobre cuyos hombros ejemplares pesa el mantenimiento y el honor de la familia. Eso lo aprenden desde niños, y así lo explican los entrevistados, que desde niños aportaron al negocio de la familia trabajando junto a los mayores. Promediando la historia, surgen, sin embargo, tres figuras distintas a las otras.

Corrían los años 70. Uno se hizo montonero. Otro, marxista. Y una jovencita llegó a presidir un centro de estudiantes secundarios. Sus hermanos, y la hija del primero, cuentan quiénes eran esos tres, que en el arco parecen representar a todos los 16, cómo se enteraron los padres, que debieron sufrir allanamientos y en algún caso también tortura, cómo trataron de buscarlos con toda discreción, al tiempo que afrontaban la vergüenza. Ellos no les habían enseñado a ponerse en contra del gobierno cuyo país los cobijaba, ni habían previsto la humillación de ver cómo la autoridad se los llevaba presos.

Sólo cuando otra autoridad consideró de otro modo a sus hijos, algo empezó a cambiar dentro de la comunidad, y de las familias afectadas. Nuevas generaciones se movieron de un modo distinto y comprometieron un poco a la Embajada. Entre todas, empieza a elaborarse el duelo y el reclamo. Una madre, sin embargo, todavía no pone la foto de su hijo en el altar familiar. Todavía se niega a aceptar que haya muerto.

El asunto es interesante, aunque se alarga y reitera un poco, lo que impide la emoción. Director, Pablo Moyano, sobre idea de la productora televisiva Karina Graziano y guión de Ignacio Montes de Oca. Buena, combinando dos culturas, la música de Silvia Iriondo.