Siete psicópatas

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

Simplemente sangre

Marty (Colin Farrell) es un guionista irlandés instalado en Hollywood que lucha para terminar un guión que se titula “Siete psicópatas”. Su amigo Billy (Sam Rockwell) es un actor desocupado que se gana la vida secuestrando perros que después devuelve a cambio de una recompensa. Los problemas empiezan cuando Billy se queda con el caniche de un mafioso (Woody Harrelson), que está dispuesto a cualquier cosa para recuperar a su mascota. Sí, suena absurdo. Da para reírse. Pero ese es el encanto de “Siete psicópatas”, una comedia negra que salpica sangre.
La segunda película del director londinense Martin McDonagh (“Escondidos en Brujas”) le debe mucho al cine de Tarantino y un tanto más a la estética del Guy Ritchie de “Snatch: cerdos y diamantes”. También se repite la estructura de “El ladrón de orquídeas”, en cuanto a la realidad que termina superando al guión que está escribiendo el protagonista. No hay nada demasiado original, es cierto. Pero la violencia y el cinismo que impregnan cada escena, los diálogos filosos y el perfil bizarro de algunos personajes secundarios (un imperdible Tom Waits y un cameo escalofriante de Harry Dean Stanton) hacen que uno quede pegado a la butaca.
El elenco también es destacable. Colin Farrell y Woody Harrelson no hacen más que repetir tics, pero en contraposición brillan Sam Rockwell y Christopher Walken, que sostienen gran parte de la tensión que va generando la película. La escena en la que Walken muestra su herida en el cuello es de antología, por citar un ejemplo. Además, y paradójicamente, el misticismo que irradia su personaje resulta un verdadero cable a tierra cuando el filme se vuelve demasiado artificial y rebuscado sobre el final.