Siete perros

Crítica de Rolando Gallego - LúdicoNews

Siete perros, de Rodrigo Guerrero, tiene como protagonista a Ernesto (Luis Machín), un hombre solitario que vive en un edificio de departamentos acompañado por siete perros, por quienes se desvive y a quienes dedica su total atención.

En el arranque conoceremos su universo, un viejo departamento amplio, en el que supo una familia “tipo” vivir, pero en el que hoy sólo está el protagonista con sus recuerdos, dolores, deseos y sus canes.

Ernesto es uno más de la manada. Al bañarlos en un patio, que funciona como respiradero de la edificación, se moja y juega con ellos, los acaricia, los abraza, se nutre de la energía y del amor que le brindan día a día.

En contraste con el odio irracional de sus vecinos, entre lo que se armará un grieta, dividiéndose entre aquellos que no toleran, por egoísmo, la situación en la que se encuentra el hombre, y aquellos que poco a poco se solidarizan con él y comparten una partida de ajedrez, una charla. Empatizar hoy en día es cada vez más complicado, y más cuando discursos de odio, ya sea a personas, políticos, equipos de fútbol, animales, marcan la vinculación con el otro.

La cámara de Guerrero se introduce en el universo de este personaje, casi un ermitaño que debe dializarse y controlar sus niveles de glucemia para evitar colapsar su cuerpo. El stress que vive día a día por el acecho constante de sus vecinos, en particular uno que constantemente le tira basura a su patio y otra (Eva Bianco) que funciona como la líder de una demanda hacia su persona y sus animales.

Siete Perros es una película desgarradora, pero a la vez esperanzadora, que pone en primer plano la vinculación entre una de las relaciones más entrañables, la de un hombre con sus perros, que llega a límites inimaginables para, claro, aquellos que nunca han convivido o mantenido este tipo de relación.

Luis Machín, enorme, ofrece una de sus más impactantes personificaciones, hombre animal, que se mezcla con su manada, y que desea, de alguna manera, morir en la suya pese a que la sociedad, su hija, sus pocos vínculos humanos, le piden otra cosa.

Además, la exploración sobre la idea de solidaridad, de una comunidad en la que, principalmente, el respeto y la contemplación hacia el otro prima, fortalecen un relato tan conmovedor como reflexivo, en el que, claro, descubriremos que siempre que un animal esté cerca de un hombre, sea perro, gato, o lo que sea, hay una necesidad recíproca entre ambos para seguir subsistiendo pese a que desde el afuera se quiera quebrar el vínculo.