Siete perros

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El hombre que eligió resignar su deseo para seguir viviendo

Ernesto vive con los perros, habla con los perros, duerme con los perros. “Siete perros”, el cuarto largometraje del director cordobés Rodrigo Guerrero, gira en torno al derrotero de Ernesto (impecable Luis Machín), un hombre con una relación limitada con los humanos pero con un vínculo paternal con sus canes. El realizador eligió hacer foco en la vida de Ernesto para hablar de la soledad, o mejor, de los distintos tipos de soledad, que a veces se manifiestan de una manera solidaria y empática con el otro, pero también en modo rechazo, como si el que decidió vivir sus días casi como un ermitaño se convirtiese en un extraterrestre. A Ernesto no le sobra el dinero, ni manifiesta tener una actividad laboral, pero le sobran perros según los vecinos del edificio anclado en un barrio cordobés. En una audiencia de mediación, los vecinos le exigen que tenga menos perros o que se vaya de ese lugar. Aunque por suerte siempre habrá alguien que le tire un hueso con una sonrisa, como Matías, que siempre lo banca, o la que se mudó en el mismo piso, quien le golpea la puerta para que le preste un cachorrito para jugar con su hijo. Pero eso no alcanza para tener una alegría en su vida. Es que un tratamiento de diálisis lo pone de cara a su frágil salud, y no hay nada que lo invite a rehacer su vida después de perder a Marta. Apenas dispara una sonrisa cuando ve a su nieta Azul por la computadora en los brazos de Paula, su hija residente en Europa. Guerrero aprovechó al máximo el potencial expresivo de Machín, quien alcanza momentos de alta emotividad y logra emocionar con una sutil economía de recursos. Ernesto deberá optar por donar sus perros para no verse obligado a irse del departamento. Y es allí donde se lo verá más vulnerable que nunca, complicado, incómodo, haciendo algo que no quiere hacer, ofreciendo que se queden con su Panchita, su Chula o su Gitano, algo que está lejos de su deseo. De ese punto también habla “Siete perros”. Con un cuidado tratamiento de las situaciones y sin caer en el melodrama, el director expone ese duro trance de tener que resignar lo que amamos por una imposición externa. Y cómo a veces hay que elegir lo menos peor para seguir viviendo.