Siete perros

Crítica de Marcelo Cafferata - LúdicoNews

Se podría decir que las películas con perros son generalmente un típico crowdpleaser, de esas películas que le gustan a todo el mundo. Sin embargo, el vínculo con las mascotas y la forma en que se aborda el universo canino en este nuevo trabajo de Rodrigo Guerrero (“El invierno de los raros” “El tercero” “Venezia”) no apunta a la narrativa simpática y complaciente, sino que por el contrario, explora en los repliegues de la soledad y el abandono, teniendo mayores puntos de contacto con “La mujer de los perros” de Laura Citarella y Verónica Llinás.

En este caso “SIETE PERROS” narra la historia de Ernesto quien vive en su departamento en la ciudad de Córdoba junto a siete perros que lo acompañan en su solitaria rutina y que generan cierta incomodidad dentro de la convivencia en su edificio.

El patio de su departamento en planta baja parece ser el basurero de todos los departamentos que dan al pulmón del edificio encontrando desde pañales usados, hasta basura y preservativos: una falta de empatía y de respeto para con el otro que se convierte, en cierto modo, en la humillación que debe sufrir permanentemente de sus propios vecinos, los mismos que a la hora de realizar la reunión de consorcistas, juntan firmas para intimar a que Ernesto se deshaga de sus mascotas bajo la amenaza de iniciar acciones judiciales.

El guion de Paula Lussi combina estos elementos para mostrar la intolerancia, los problemas de convivencia, la imposibilidad de aceptar lo diferente y la falta de empatía mostrando en pequeños detalles el egoísmo y el individualismo imperantes teñidos del prejuicio y la discriminación.

“SIETE PERROS” es además la oportunidad de disfrutar a Luis Machín en un protagónico absoluto en el que recorre varias tonalidades. Si bien en muchas de las escenas aparece como un personaje marginal y hasta ajeno a la realidad, su débil vínculo con su hija y la relación con algunos vecinos permiten evidenciar otras facetas de Ernesto cuando se comunica con el exterior.

Machín aprovecha al máximo las escenas con sus mascotas, despertando una empatía directa con el personaje, desplegando una ternura muy particular en su vínculo con el mundo “perruno” y logrando algunos tramos tan intensos como conmovedores. Trabaja su criatura desde lo simple, lo cotidiano y lo real logrando hacer contacto con el costado humano que presenta la película que elige cerrar con un mensaje esperanzador y una reflexión sobre la importancia de construir una sociedad que apunte a las nuevas miradas, más libres de encasillamientos, de estereotipos y de estigmatizaciones.