Siete perros

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"Siete perros": un hombre solo y bien acompañado.

El cuarto film del cineasta cordobés propone una mirada interesante sobre el rol, muchas veces esencial, que las mascotas ocupan en la vida individual y social.

este caso, porque condensa el espíritu de la película: “Mientras más conozco a las personas, más quiero a mi perro”. Esa convicción de reconocer humanidad en los animales domésticos, en especial en los perros, parece ser el motor de este cuarto trabajo del cordobés Rodrigo Guerrero. Porque Siete perros propone una mirada interesante sobre el rol, muchas veces vital, que las mascotas ocupan dentro de la sociedad. A medida que el relato avanza, el director parece abrazar la idea de que los animales domésticos deben ser considerados seres capaces de entablar vínculos y que, por lo tanto, quienes viven con ellos no están solos, aún cuando no compartan sus espacios vitales con otras personas. Pero tener alguien con quien pasar el tiempo y compartir la vida no es una garantía de felicidad y eso también es evidente desde el comienzo: Ernesto no es feliz.

Aunque se la pasa coqueteando con la tragedia, Siete perros nunca deja al protagonista sin salida y siempre pone en su camino una opción luminosa. Ahí donde hay vecinos que lo acosan, hay otros que le brindan su apoyo; donde uno lo agrede o lo provoca, otro lo cuida y se preocupa por él. Y cuando parecía que se trataba de la historia de un hombre solo contra el mundo, la película revela la existencia de una comunidad que lo abraza y lo contiene. Por eso, a pesar de los numerosos actos de crueldad que la habitan, es inevitable no ver a Siete perros como una película amorosa, una que nunca le suelta la mano a su protagonista, interpretado con enorme compromiso por el gran Luis Machín. Lo único que se le podría reprochar es una leve tendencia a la manipulación, que se hace notoria en el modo demasiado obvio con que algunas trabas son puestas en el camino para hacer trastabillar a Ernesto, solo para después poder poner en escena el gesto noble de evitar que se estrelle de forma definitiva.