Siete perros

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

De Ernesto se sabrá poco y nada a lo largo de los algo más de 80 minutos de este cuarto largometraje de Guerrero. Apenas que estuvo casado con una profesora de Historia, que tiene una hija radicada en el exterior con la que mantiene esporádicos contactos por videollamada y que vive en el departamento de planta baja de un edificio de Córdoba. No vive solo, y ahí está el problema: sus compañeros son siete perros de todos los tamaños con los que mantiene una relación de dependencia total, al punto que pareciera que su vida está atada a la suerte de ellos. 

El departamento es una inmundicia, pues los dueños, aquellos que imponen la dinámica diaria, son los perros y no Ernesto (Luis Machín, que cuando está bien dirigido es un actorazo). A él sólo le queda saltar la caca del piso, acomodarse como puede en los lugares libres y tratar de callar la sinfonía de ladrillos que se escucha en todos los departamentos que tienen ventana a su patio. Hasta que una vecina se cansa e inicia una demanda judicial por la que Ernesto estará obligado a deshacerse de varias de sus mascotas. 

A partir de esa premisa, la película del cordobés Guerrero narra la espiral descendente de un hombre atravesado por la soledad y la depresión, además de una enfermedad que lo obliga a hacerse diálisis regularmente. Como únicos interlocutores tiene a un vecino, a la hija adolescente de otra vecina y a un chico recién llegado al edificio junto a su madre que se lleva bárbaro con uno de los perros. A ellos intentará dejarles sus mascotas “hasta que la situación se calme”, con la promesa de comprarles el alimento y hacerse cargo de todos los gastos.

Machín se luce en todas y cada una de las escenas en las que aparece gracias a un personaje construido de adentro hacia afuera, desde un interior quebrado por un pasado que desconocemos hacia un aquí y ahora que lo tiene como un muerto viviente. La película no ahorra crudeza a la hora de registrar la caída libre de un Ernesto para el que la vida deja de tener sentido. El final, sin embargo, arroja un manto de esperanza acerca de un futuro posible.