Sieranevada

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Retrato de un familión latino
Esta comedia dramática que trasncurre en un departamento es otra muestra del buen momento del cine rumano.

Qué placentero sería, en una de esas reuniones familiares que inevitablemente llegan en algún momento del año, poder observar todo desde afuera y reírse de la tragicómica dinámica de la parentela: las discusiones, los dramas, el tedio, los rituales, los chistes, las anécdotas. Eso es lo que propone Sieranevada: una inmersión de casi tres horas en los vaivenes de una familia numerosa reunida para realizar una ceremonia fúnebre.

Hace doce años, con el premio en Cannes de La noche del señor Lazarescu, Cristi Puiu encabezó esa movida que, sin demasiada originalidad, dio en llamarse Nuevo Cine Rumano. Un cine realista, de largas tomas e intensos diálogos, que exige paciencia y concentración, y que suele ser más apreciado por críticos y festivaleros que por el público en general. Es posible que con Sieranevada -título enigmático si los hay- la historia se repita.

Lleva un rato compenetrarse con lo que se ve en la pantalla: los personajes son muchos y los vínculos entre ellos, al principio, indescifrables. Tampoco aparece un conflicto claro y único: apenas fragmentos de charlas sobre los más diversos temas. Quedó dicho: la seducción es lenta. Pero si se logra superar la barrera inicial, el mareo y el fastidio dejan paso a la fascinación y el deseo de seguir viendo por un largo rato a estos personajes.

El registro del asfixiante clima familiar es casi documental, tanto a partir del manejo de cámara como desde la asombrosa naturalidad de las actuaciones. Casi todo sucede en un departamento de clase media en Bucarest, pero bien podría ocurrir en Buenos Aires (incluyendo las dos escenas callejeras): el componente latino de los rumanos es notable, a tal punto que por momentos Sieranevada se parece a una comedia italiana de los años ’60. Entre el humo de los cigarrillos y el sonido de fondo de una radio que nunca se apaga, las lágrimas y las carcajadas conviven sin contradicción aparente. Puertas que se cierran y se abren y, en cada ambiente, un mundito auténtico.