Sibila

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

El tiempo recobrado

Algunos días atrás, en su nota de presentación del reciente DocBuenosAires, Horacio Bernades destacaba que el buen nivel del género documental no es sólo un fenómeno exterior, sino también vernáculo. “Si hubiera que nombrar, aquí y ahora, las diez películas argentinas del año, está claro que Tierra de los padres, Papirosen y El etnógrafo no podrían faltar en la lista”, escribió el crítico de Página/12. Si bien Sibila es una coproducción chileno-española, la presencia del cordobés Martín Sappia como coguionista y productor, junto con la actual residencia de la directora en aquella provincia mediterránea, hacen viable el otorgamiento de una doble -o triple- nacionalidad. La excepción estará más que justificada: Sibila es quizá el gran documental de este año.

Ganadora de la Competencia de Derechos Humanos del último BAFICI, la ópera prima de Arredondo sigue a su tía Sybila, viuda del escritor peruano José María Arguedas, con quien la cineasta vivió luego del exilio sufrido por su familia tras el golpe de Pinochet. El problema surgirá después de la muerte de su marido, cuando Sybila empiece a involucrarse en el accionar de Sendero Luminoso, vínculo que culminará con una pena en prisión de casi 15 años decretada en un juicio sumario durante la gestión de Alberto Fujimori.

Teresa era una niña y desde entonces convivió con la presencia fantasmagórica de su tía, patentizada por el manto de silencio familiar. Ya adulta, la cineasta se propone indagar en las motivaciones de quienes la rodeaban a través de imágenes de archivo de diversas cadenas televisivas y fotografías y entrevistas personales a sus padres, tíos y primos, contorneando así las complejidades en apariencia inaprensibles del personaje ausente. Podría pensarse, entonces, a Sibila como una película concebida como la reconstrucción de un vínculo que se quebró en algún momento cuya exactitud cuesta definir. "¿Por qué nunca me hablaste de ella, siendo tu única hermana?", lo interpela al padre al inicio del film. Pero también se trata de la familia como entidad rectora del quehacer cotidiano y la dialéctica entre la ideología como conjunto de normas rectoras teóricas y su transposición a la práctica. "Nadie podía entender cómo podía haberse metido a Sendero", responde él.

Conciente del objeto de estudio de su film, Arredondo se mantiene en un respetuoso plano secundario apenas irrumpido por sus preguntas. La sonoridad urgente y veloz de esa verba, la voz quebradiza de sus interlocutores, los diálogos perceptiblemente dubitativos e incómodos connotan la faceta catártica del dispositivo. Pero esa suerte de personalismo familiar no implica endogamia. Por el contrario, sobre él se asienta la extraordinaria tensión -narrativa, ideológica, generacional- de Sibila (película). Tensión que encuentra su punto culminante, claro, en la parte final del film, cuando Sybila se corporice. La oscilación entre la imposibilidad de comprender -de intentar comprender-, la admiración y el amor nostálgico por ese pasado irrecuperable se concentran en este documental que se gana un lugar en la selecta lista del principio. Y lo hace con la potencia arrolladora de las armas del buen cine.