Si estoy perdido, no es grave

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

LA POÉTICA DE LA NO PERTENENCIA

“Esta no es una película europea” evoca una anónima voz a modo de advertencia o recordatorio fatal. Esta es, efectivamente, una película europea pero en manos de un argentino: ciudadano habitante del hemisferio sur. Con esta interesante paradoja se plantea el tema central de Si je suis perdu, c’est pas grave, un exquisito ensayo cinematográfico. Desde un punto de vista externo pero muy bien asimilado, la mirada se posa en la extranjeridad a través de la cuál el realizador busca indagar esa emocionalidad frágil y ambigua que se desarrolla cuando se está alejado del país natal. La narración off no sólo aporta información adicional sino que dota de identidad a la pieza final que funciona como nexo entre un registro estrictamente documental en blanco y negro, y una no tan colorida ficción; si bien es un relato imaginario, no deja de doler, sobre todo cuando nos enteramos que quienes están involucrados en el drama, no son actores de cine sino artistas del mundo de la performance circense. Acostumbrados al show, tal vez, pero ciertamente no a la puesta en escena de sus propio sufrimiento.

En Toulose, Francia, y como resultado de un workshop con gente sin experiencia frente a cámara, Santiago Loza investiga las posibilidades innatas de representación genuina que tienen estas personas quienes comparten el síndrome de la no pertenencia. “Yo no soy de acá” responde uno de ellos sentado en la estación de ferrocarriles esperando regresar del destino elegido sólo “para poder ver el Sol”. “Pienso en dos lenguas”, reflexiona otra, mientras su cerebro lucha entre los dos lenguajes que la atraviesan: el español y el francés. ¿Pensar en otra lengua cambiará el sentido de lo pensado? Si bien este grupo de personas, unidas por la artificialidad de la realización fílmica pero también por el sentimiento de profundo desarraigo, no son locales de este Paris imaginado (por lo tanto ideal y fragmentario) parecen deambular con naturalidad por su geografía teatral.

Sin un hilo conductor narrativo, el filme, recupera ciertas acciones que llevan adelante cada uno de los transeúntes ficticios. Como entidades fantasmales, ellos merodean el espacio que no les pertenece ni los identifica pero que, de forma temporal, se ha convertido en su hogar. Despreocupados del desempeño actoral confiesan sus miedos, alegrías y memorias ante una cámara que los observa, y en cierto modo, trata de atenuar su soledad.

Es un documental pero también es una ficción. Una ficción que llegado un punto ya no encuentra desenlace posible porque quienes ocupan el rol de los actores ya no tienen nada más por decidir. “Ellos seguirán así”, recuerda la voz en off, fuera del espectro visual del espectador, y eso se debe a que hay que recordar que es una película y como tal, debe tener un fin.

Con un aire a Navío Night de Duras, Si je suis perdu, c’est pas grave, construye climas a cada instante. Desde su sensorial fotografía hasta la calidad poética del texto narrado que en algunos canales perdidos del Sena, cautiva la atención de quien contempla esta obra maestra del cine contemporáneo argentino.

Por Paula Caffaro