Showroom

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Es necesario advertir a los más incautos que tras su fachada de venta de comedia “Showroom” (Argentina, 2015), de Fernando Molnar, es una película de una profunda tristeza y nostalgia, sobre algo que fue, algo que será y algo que nunca podrá ser nuevamente lo que fue.
Detrás de este casi trabalenguas, la aclaración que muestra es más que nada para desenmascarar la estrategia comercial que puede llegar a opacar la verdadera naturaleza de la película. Tas su impronta de comedia simpática “Showroom” esconde un profundo análisis sobre el cambio de las personas y la crisis económica actual, que se desata en el microuniverso de Diego (Diego Peretti) cuando su mundo cambia de un momento al otro al encontrarse una situación desesperante.
Deberá no sólo pedir ayuda a sus familiares sino que además tendrá que aceptar por parte de uno de estos una propuesta económica y comercial que lo colocará en un lugar en el que nunca se había imaginado.
Al ser despedido de su trabajo, de organizador de eventos, Diego tendrá que calzarse una vez más el traje de vendedor e instalarse en el Tigre con su familia momentáneamente con las esperanzas de poder volver a vivir en Buenos Aires algún día.
Diariamente deberá viajar para poder asistir a su nuevo trabajo como vendedor de departamentos de un edificio en construcción, con miles de promesas para los posibles compradores y con muchas más preguntas que las respuestas que pueda dar.
Diego se esforzará en un ambiente solitario y hostil para conseguir vender todas las unidades del edificio para poder así comisionar y poder saldar todas sus deudas. Pero mientras él se adapta al trajín diario y la rutina, su mujer e hija, irán entremezclándose con los lugareños del Tigre y comprenderá que hay un mundo totalmente ajeno al de ellos (hasta ese momento) que pude también generarle una oportunidad de cambio.
Todo marchará sobre ruedas, pese al inhóspito hogar en el Tigre, a las incomodidades diarias para llegar al centro porteño y hasta el poder llegar acicalado al trabajo, hasta que su tío (Roberto Catarineu), su jefe, decidirá contratar a otro vendedor para terminar más rápido la tarea de vender.
Ahí Diego comprende que nuevamente su status puede ser revocado, y todo aquello que posee en ese momento, una vez más, como ya le pasó, puede desaparecer.
La película, con un brillante guion de Molnar, que refuerza determinado aspecto contemplatorio, quizás por el pasado del director como realizador documental, tuvo una primera versión a cargo de Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, El filme deambulará en el borde justo entre la comedia y el drama, para, en determinado momento, exacerbar el patetismo en el que el protagonista termina cayendo.
Porque qué es sino este trabajo más que una oportunidad que un calvario, en el que deberá Diego sortear obstáculos que se escapan a cualquier relación de dependencia laboral tradicional, permitiendo la humillación hasta el punto de negarse la posibilidad de permanecer junto a su familia en momentos claves y días de descanso.
“Showroom” nos muestra de una manera honesta y directa el deterioro de las relaciones laborales y la discriminación a la que se puede llegar a caer cuando una persona de más de 40 años quiere volver a insertarse en actividad. También demuestra la capacidad de adaptación y transformación de las personas pese al clima adverso en el que se pueden llegar a manejar. “Showroom” habla de una realidad cercana y quizás por eso duele, con un final de antología que termina demostrando que nada ni nadie tiene su futuro comprado.