Shirley

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Luces y sombras entre autora y personaje

Con protagónicos espléndidos de Elisabeth Moss y Odessa Young, el film de Josephine Decker recrea libremente vida y obsesiones de la escritora Shirley Jackson.

¿Querés saber en qué consiste escribir?, le pregunta Shirley a Rose. Shirley es una especie de bruja de bosque, huraña, desaliñada, de quien hablan a hurtadillas. Rose es joven, perspicaz, atisba a Shirley desde la distancia. Shirley, bruja como es, parece tener ojos a sus espaldas. La descubre y la hace ingresar a su habitación, llena de libros, apilados en equilibrio dudoso, entre el desorden de quien conoce las horas del día (y de la noche) de otras maneras. Aquí dentro, el tiempo no transcurre como afuera.

Afuera están sus respectivos maridos: Stanley, esposo de Shirley y docente universitario, y su joven asistente Fred. Rose y Fred se casaron y escaparon de sus familias, para recalar en la casona de esta escritora y este profesor. Una especie de luna de miel enrarecida. Alojados en la morada de aquella a quien todos leen y de quien todos hablan a hurtadillas. Como lenguas que sisean y dejan una estela.

Pero lo que parece un cuento macabro tiene (algo de) asidero cierto. Shirley es Shirley Jackson (1916-1965), la escritora norteamericana que hizo de los relatos de horror y misterio un sello propio. El cine no tardó en versionarla, y la película que permanece magistral es La casa embrujada (The Haunting), que Robert Wise dirigió en 1963. La aproximación que sobre la escritora practica la directora Josephine Decker, tiene base en la novela escrita por Susan Scarf Merrell, y es un hallazgo, porque sin necesidad de apelar a los odiosos cartelitos que dicen “basado en hechos reales” se basa, sin embargo, en hechos tan reales como ficticios. Y con una destreza que hace que este film sea tanto un abordaje sobre la vida o la escritura o las motivaciones de Shirley Jackson, como también un relato de suspenso con toques eróticos y terroríficos, que protagoniza una joven y desprevenida pareja inventada.

En este sentido, quien puede también estar desprevenido es el espectador, y no estaría mal. Es más, la película muy posiblemente juegue adrede esta situación, e invite a quien la vea –mientras oculta sus cartas bajo la manga– a perderse en la gracia misma de su peripecia, tan bien filmada y sugerida. Porque como se decía líneas atrás, los protagonistas de esta historia bien podrían ser Rose y Fred; de hecho, la película inicia con ellos, en un tren rumbo a Bennington, el destino laboral de él, pero con la lectura en mano (de ella) de “The Lottery”, el famoso y polémico relato de Jackson, publicado en The New Yorker en 1948.

Ahora bien, ¿a dónde se viaja? ¿A la casa verdadera de quien escribió ese cuento? ¿O al interior mismo de ese relato, en papel de diario? La ambigüedad ya está presente en el inicio, y marca lo que sigue. Una vez dentro de esta casa de moradores solitarios –donde uno es algo bufón y la otra está recluida y presuntamente enferma– lo que se ofrece pasa de a poco a torcerse. La amabilidad troca en órdenes: ocuparse de tareas hogareñas (y serviles) para quedarse; también en acoso: lo sugiere de manera extraordinaria el bigote sucio de comida de Stanley, mientras juega su papel “seductor”. En todo caso, todo se orienta hacia Rose. Ella es la que limpia y cocina. Para que su esposo trabaje y prospere. Mientras su vientre embarazado se hincha, ¿su marido flirtea con alumnas?

Ahora bien, entre Rose y Shirley sucede otra cosa, algo más. Justamente, cuando en la escena aludida la escritora la invita a su mundo de libros, a sus secretos de escritora, bien puede pensarse en un juego de espejos y reflejos. Una se mira en la otra, y se reconocen. Shirley es bruja y lo sabe. Rose se presta a su prestidigitación de suerte adivina. La muerte es el presagio. Y esto en el medio de la escritura que la tiene a Shirley cada vez más obsesionada. El libro en cuestión es cierto, es Hangsaman, publicado en 1951, y trata de manera más o menos cierta sobre la desaparición de una estudiante del Bennington College, el lugar de trabajo de su marido. Es una referencia que la película cita y toma como modelo, a partir del cual ella delinea su relato y pauta un vínculo, fantasmal y alucinado, con la joven Rose.

A propósito de esto, la película de Josephine Decker sitúa su cámara cerca de los personajes, los ilumina con luces cariñosas, almibaradas, pero frías cuando el ámbito en cuestión es el formal y universitario, con su biblioteca geométrica y sus habladurías mezcladas de saberes. Hay un cinismo que amenaza a las mujeres de la película, que Shirley conoce y le hace quedarse en su refugio. Entonces, escribe. Pero hay que juntar fuerzas, no es fácil. Nunca es fácil. Rose será su enviada de incógnito, la que investigue por ella ciertas pistas. Y entre ellas dos, tal como las imágenes sugieren, la atracción cruza límites. Al respecto, hay una escena ejemplar, con Shirley sentada en una silla hamaca, y Rose parada delante y cerca. Planos detalles, roces de texturas de ropa, miradas. No hay necesidad de dar un paso visual más, porque el hechizo se desvanecería y el personaje, justamente, desaparecería. ¿Quién o qué es Rose?

Lo dicho se orienta de manera inevitable al desenlace, a la conclusión que implican las páginas de ese libro próximo, con el relato de la película en la procura de su reorganización, pero sin dejar de lado la ambigüedad; de hecho, es ella la que prevalece y magníficamente resuelta (si puede así decirse).

No se los mencionó hasta ahora, porque valen lo suyo para un párrafo aparte. Shirley Jackson está interpretada por la gran Elisabeth Moss (la recordada Peggy de la serie Mad Men así como la protagonista insustituible de esa otra serie notable que es El cuento de la criada), Stanley es Michael Stuhlbarg (de reciente tarea en la serie Your Honor, junto a Bryan Cranston), Fred es Logan Lerman (ya despegado de la imagen de Percy Jackson), y Rose es Odessa Young, a quien habrá que seguir de cerca, capaz como es de articular las ambigüedades referidas en su rostro y expresiones, de una mentirosa fragilidad. Y por último, destacar a Martin Scorsese, con su nombre entre los productores ejecutivos. Si está Scorsese, por algo es.