Shirley

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Shirley Jackson fue una autora popular en las décadas del 40 y del 50, cuando publicaba regularmente en The New Yorker, pero recién empezó a acumular prestigio después de su muerte, a mediados de los 60. Stephen King la considera una referente del género del terror gótico, y su novela La maldición de Hill House (1959) se convirtió en una buena serie estrenada por Netflix en 2018. Uno de sus relatos más famosos, The Lottery, que termina con una violenta lapidación, provocó un gran impacto cuando apareció y es de hecho el puntapié inicial de la historia de esta película.

Una joven estudiante recién casada que acompaña a su esposo durante una residencia en una universidad de perfil liberal de Vermont, lee reconcentrada ese cuento mientras viaja en tren y su reacción al terminarlo es sorpresiva: la impresión que le produce decanta en un arrebato sexual consumado de inmediato. Es la primera pista de una fascinación que crecerá cuando entre en contacto con Shirley, una mujer conflictuada, adicta al tabaco y el alcohol, reticente al contacto social y demasiado pendiente de la aprobación de su marido, un académico soberbio, oportunista y manipulador que la presiona para que se enfoque en escribir, sobre todo para satisfacer su manía por el control.

Adaptación de una novela de Susan Scarf Merrell, el film se centra en el momento en el que Shirley trabaja en su segunda novela, Hangsaman, inspirada en la desaparición de una estudiante de la misma universidad donde trabaja su marido. Los avances son lentos y la angustia se va apoderando de la autora, pero las cosas empiezan a cambiar cuando Rose entra en escena: primero se transforma en una especie de ama de llaves y asistente personal de la escritora, que la trata con desprecio y desconfianza. Muy pronto aparecerán una afinidad compartida por lo macabro y la constatación de las vidas paralelas de sus parejas, que las convierte en cómplices e incluso promueve entre ellas un amor platónico traducido en flirteos intermitentes. La química entre Elizabeth Moss y la australiana Odessa Young (la revelación de la película, magnífica en su balanceo entre la candidez y los impulsos de su fuego interior) es una de las fortalezas del film.

Conviene prestarle atención a Josephine Decker. Tanto su film anterior, Madeline Madeline’s (está disponible en Amazon Prime Video, Movistar+ y MUBI) como la serie Rétame (perverso drama teen con muchos puntos de contacto con Euphoria que Netflix canceló después de su primera temporada porque su estilo poco convencional generó más controversia y desorientación que empatía) son pruebas de que es una directora con ideas, personalidad y un estilo propio. En Shirley sus decisiones son temerarias: introducir ensoñaciones con un personaje de la ficción de la escritora en la trama, trabajar la imagen con una impronta decididamente poética, desnudar con crudeza la toxicidad de muchos de sus personajes… Pero aun con desbordes e imperfecciones, en sus trabajos se percibe con claridad la caligrafía de una autora.