Sherlock Holmes

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Más acción que deducción

Más que una adaptación del clásico detective creado por Arthur Conan Doyle lo que propone Guy Ritchie en su Sherlock Holmes es una reivención del personaje. Lo arma de nuevo. Lo reconstruye según sus propias reglas y de acuerdo a su propio lenguaje visual. No está lejos de lo que hace Quentin Tarantino con la Segunda Guerra Mundial en Bastardos sin gloria. Sólo cambia el tamaño de la ambición estética. Al igual que el director norteamericano, Ritchie está convencido de que el cine es el juego supremo y que todo lo demás debe subordinársele, no importa si se trata de la verdad, la historia o el mito.

Por eso es coherente que el guión de su Sherlock Holmes no esté inspirado en las páginas del autor de La letra escarlata sino en una historia gráfica de Lionel Wigram. Si la ambientación, la ironía, los personajes y el método provienen sin duda de Conan Doyle, la trama, el ritmo y los diálogos están impregnados del espíritu de una historieta. Toda la película es un gran cómic en movimiento, un cómic no sintético, como Sin City, por ejemplo, sino detallista y recargado, en consonancia con la época victoriana en la que transcurre la acción.

Así los temas tradicionales del folletín son activados para sostener el argumento de una conspiración esotérica que se va revelando gradualmente. Holmes no se enfrenta sólo a un oscuro Lord Blackwood que se atribuye poderes sobrenaturales sino también a otros conflictos más personales, como que su amigo Watson se comprometa con una institutriz y su amante Irene Adler reaparezca en una situación dudosa.

En esta versión Holmes no es un detective abúlico y cerebral. Piensa y actúa al mismo tiempo y su lógica se descubre después de sus actos. Pelea, corre, se ensucia, es guiado tantos por sus instintos como por su inteligencia. Pero esa acción constante que se expresa en numerosas escenas de luchas, derrumbes y explosiones siempre aparece como mostrada entre paréntesis. No la domina la violencia sino la farsa, un arte en el que Guy Ritchie es un maestro. En su elegante traición a Conan Doyle lo acompañan dos actores que parecen hecho el uno para el otro: los carismáticos Robert Downey Jr. y Jude Law.