Shaun el cordero

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Rescate en la urbe.

Si bien la animación en stop motion es tan antigua como el cine mismo, recién en la década del 30 comenzó a ser utilizada con un cierto grado de complejidad técnica desde el contexto industrial norteamericano, obnubilando a los espectadores de todo el globo. En este primer y extenso período las figuras claves fueron Willis H. O’Brien, responsable de clásicos como El Mundo Perdido (The Lost World, 1925) y King Kong (1933), y el archiconocido Ray Harryhausen, artífice de La Bestia del Mar (It Came from Beneath the Sea, 1955), Jasón y los Argonautas (Jason and the Argonauts, 1963) y Furia de Titanes (Clash of the Titans, 1981), ejemplos icónicos del arte de fotografiar los micromovimientos de títeres austeros.

Con el advenimiento de los CGI y la fanfarria de un Hollywood mimetizado con una usina de productos de corto plazo, la tecnología perdió mucho peso a partir de los 90 y/ o fue reducida a un componente más del combo polimorfo de los efectos visuales. Aun así, durante los últimos lustros lograron destacarse Henry Selick, realizador de El Extraño Mundo de Jack (The Nightmare Before Christmas, 1993), Jim y el Durazno Gigante (James and the Giant Peach, 1996) y Coraline y la Puerta Secreta (Coraline, 2009), y Nick Park, creador de Pollitos en Fuga (Chicken Run, 2000) y la saga de Wallace y Gromit, dentro de la cual sobresale el largo La Batalla de los Vegetales (The Curse of the Were-Rabbit, 2005).

Hoy tenemos ante nosotros el eslabón final de esta cadena de correlatividades: Shaun, el Cordero: La Película (Shaun the Sheep Movie, 2015) es la adaptación para la pantalla grande de la serie televisiva homónima, la cual a su vez fue un spin-off del universo de Wallace y Gromit, en donde pudimos conocer de manera algo tangencial al secundario que luego pasaría a protagonizar una de las franquicias más exitosas de Aardman Studios. En esencia hablamos de un personaje muy sencillo dirigido al sector infantil, sustentado en su temple silente, el entorno campestre y un humor ingenuo en sintonía con el slapstick de rasgos más tradicionales, aunque siempre atento a las ironías implícitas en cada situación.

La propuesta en cuestión explota con eficacia esa mixtura de picardía y candidez propia de Shaun, utilizando de punto de apoyo la fórmula del “campesino en la gran ciudad” para parodiar la vida metropolitana, la cultura de lo fútil, cierto sadismo en la imposición del orden público y en general la idiosincrasia británica, tan altiva e indolente como astuta y desconcertante (aquí otra de las travesuras del personaje desemboca en la pérdida de memoria del Granjero y la odisea de tener que “rescatarlo” en un inesperado viaje hacia la urbe). Simpática y extremadamente simple, la obra respeta el canon de los relatos de corazón tierno y ritmo apacible, ese que va a contramano de la banalidad de nuestros días…