Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos

Crítica de Tomás Ruiz - EL LADO G

Fase 4 en pleno desarrollo y expansión

Marvel Studios sigue ampliando su catálogo de héroes y ahora le toca a un tapado, sin superpoderes pero con un gran legado detrás.

Las cosas en el Universo Cinematográfico de Marvel parecieran estar, de a poco, empezando a apuntar hacía un horizonte. Por más que ese destino todavía quede lejos y algunas piezas aún no han sido presentadas, el juego ya está en marcha. Desde que la famosa “Fase 4” dio su inicio con WandaVision, las abundantes y repetidas teorías sobre el multiverso de Marvel están en boga de todos sus fanáticos pero, aparentemente, no es sólo eso lo que Kevin Feige tiene entre ceja y ceja y aquí es donde se presenta Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings. Una historia de origen de un nuevo personaje, del cual nada se sabía hasta este momento y que pareciera llegar a la gran pantalla para dos aspectos en particular. Por una parte seguir constituyendo una línea de héroes que estén en la tierra lidiando con problemas y situaciones no tan grandilocuentes y por otro lado la representación asiática en la gran pantalla.

Ahora bien, ¿de qué va Shang-Chi? Bueno, en esta historia de origen se nos presenta a Shaun (Simu Liu) un joven que se gana la vida tranquilo, con un trabajo común y sin ver ningún foco de atención junto con su mejor amiga Katy (Awkwafina) de ningún tipo hasta que de buenas a primeras los fantasmas de su pasado los atrapan a ambos y ahí Shaun deberá revelar su verdadera identidad cómo el hijo del líder de los Diez Anillos, el grupo terrorista/secta que en su momento tuvo que lidiar con Iron Man en repetidas oportunidades, demostrando así habilidades para el Kunf Fu y diferentes artes marciales que lo posicionan como un luchador y asesino sin parangón. Él deberá enfrentarse a su padre y las pesadillas que lo atormentan antes de que termine liberando en la tierra fuerzas que están fuera de su comprensión.

Con la dirección de Destin Daniel Cretton (Just Mercy) y el guion en conjunto Dave Callaham, Andrew Lanham y el propio director. Marvel apostó a “bajar un cambio” con respecto a la linea actual que viene manejando y despegarse, por un ratito, de los problemas universales y que pasan lejos de la tierra y después de haberle dado su merecido lugar a la película en solitario de Black Widow (2021) y The Falcon and the Winter Soldier (realidades totalmente diferentes) demuestran que las historias más terrenales todavía pueden hacerle ingresar una buena cantidad de dinero a sus billeteras. Pero de tanta rosca y manija que se la ha dado a esos problemas más grandes casi como que ver a esta altura una película sobre un personaje que, a grandes rasgos, es desconocido y que a priori la trama no consigue ese gancho directo con el público todo depende mucho de lo que el director y guionistas logren hacer para que esa sensación se disipe. Y ahí es donde radica el problema principal de la película, que lejos está de ser una mala película pero que no tiene lo necesario como para marcar la cancha a la hora de decir “el cine de Marvel volvió.“

Pero vamos por partes; Comenzando por los aspectos positivos, la cinta tiene algo más original que el resto y es que sus escenas de acción y coreografías de pelea están perfectamente alineadas y coordinadas, y con mucha participación real de sus actores estrellas. Eso, si bien todo está maquillado por el CGI (para pulir cuestiones pequeñas) le dan un toque realista y hacen un fiel homenaje a las películas asiáticas de antaño en donde la elasticidad y delicadeza de los movimientos eran más importantes que la brutalidad de los golpes. También en cuanto al tono estético, hay un poco de arriesgar a mostrar algo distinto, con algunas tomas que no son usuales en este universo o movimientos de cámara que le dan un toque autoral a lo que se ve. La producción en cuanto a los vestuarios es brillante y se nota mucho el hincapié que se hizo para reflejar lo más posible la cultura china.

Y ya dicho eso, ahí empiezan los problemas. Problemas que el mismo director viene arrastrando en sus películas anteriores y que ya pareciera ser una marca en su estilo que es la de hacer películas torpes, con claras faltas de tiempo y de tempo para resolver cuestiones de guion y de que la esencia de la película nunca pueda verse en su esplendor. Grave problema teniendo en cuenta que estas películas suelen tener un ida y vuelta en cuanto a lo dramático que siempre son resueltas de determinada manera, y si bien el mecanismo es similar hace ese proceso más largo y con un remate peor. El humor que se usa en la película es, desde hace mucho tiempo, el que peor sentido tiene. Se nota forzado y forzoso, bajándole categóricamente la seriedad a una historia que tiene cierta oscuridad. El CGI alterna entre buenas y malas. En lo que tiene que ver con fondos de paisajes, escenarios enteros y la “gran foto” de la película es bastante mediocre, incluso peor que eso. A su favor, la inversión de la tecnología se hace notar en momentos clave y donde verdaderamente se necesita, está bien desarrollado. Aún sin estar a la altura de otras mejores, claro. La historia en general se ve, y se nota, muy estirada. Llega a tal punto que los últimos 40 minutos están de más y todo es estirado para que se redondee en un horario, ya estándar, de dos horas y cuarto. Por fortuna para la película y a pesar de todo esto que dificulta la experiencia, al ser una obra que apunta a las artes marciales, es lo suficientemente entretenida como para no aburrir pero si que se siente su exagerada duración.

Así Shang-Chi hizo su debut en la gran pantalla, con una película que alterna buenos momentos con otros mediocres y que encuentra en sus puntos distintivos lo suficiente cómo para que sea decididamente una mala película. Seguramente habrá más del personaje, está todo establecido para que así sea, y quedará ver cómo se desenvuelve alguien que no tiene poderes cuando le toque compartir equipo con dioses o criaturas de otros planetas, porque ahí es donde apunta el futuro de Shang-Chi.