Shame: sin reservas

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Bajos instintos

El director Steve McQueen es el responsable de la producción que me ocupa, homónimo del recordado actor protagonista de “Bullit” (1968) de Peter Yates, al que nada los une en relación al parentesco, y creo no estar demasiado equivocado al pensar que también los separaría las inquietudes y temas que los apasionan y los desvelan.

El rubio actor, fanático de las motos y la vida a gran velocidad, en contraposición del director de raza negra, quien parece obsesionado con las vicisitudes del goce corporal, de una adicción al placer sexual sin otra explicación que el acto dado, toda una exploración de la corporalidad y sus limites o infinitudes.

Brandon Sullivan (Michael Fassbender) es un habitante de la gran manzana, Nueva York, ciudad elegida por el personaje que, casi ninguna en el mundo, refleja lo cosmopolita y permite el anonimato. No es la Nueva York pintada por Woody Allen, es otra. Es un monstruo que puede fagocitar a sus habitantes sin que nadie repare en el otro. Recuerdo de “Perdidos en la noche” (1969), de John Schlesinger, la escena en que Joe Buck, recién llegado a la metrópoli, recorriendo por la ciudad ve un hombre tirado en la vereda siendo el único que lo registra.

Brandon transita de una mujer a otra, sea una prostituta o una vecina, o a un hombre, su increíble incapacidad de amar va en relación directa y proporcional con su deseo sexual, así es como nada esta puesto en tela de juicio cuando de satisfacer sus instintos se trata, da lo mismo un acto onanista como cualquier otro cuerpo como objeto de complacencia.

Ese deambular sin destino prefijado ni sueños observados, por el sólo hecho de respirar y durar, satisfaciendo necesidades entre biológicas y psíquicamente compulsivas, se ve interrumpida por Sissy (Carey Mulligan), hermana menor de Brandon,. Algo del recuerdo de afectos filiales se actualiza y se terminan potenciando cuando él va a escucharla cantar en un show, interpretando ella una versión extraordinaria del clásico “New York, New York”, compuesta en 1977 por John Kander y Fred Ebb, tema que ha quedado grabada en la memoria en las versiones de Liza Minelli, quien la estreno en el filme homónimo de Martin Scorsece, y tres años después hiciera definitivamente famosa Frank Sinatra, sobre estas compite y sale airosa la bellísima actriz londinense.

El extenderme sobre la canción no es casual ya que su inclusión en esta producción tampoco lo es, sobre todo cuando la letra habla de los deseos de triunfar en la gran metrópoli y dejar de ser anónimos.

Guionistas y realizador no juzga a sus criaturas, sólo las describen, las pone en situación, en acción, por momentos con largos planos, temporalmente hablando, cual si fuese una larga letanía contemplativa, y en otros trabajados como si se tratase de un filme de acción con planos cortos, rápidos, todo según el momento vivido por los personajes, elección que otorga al filme una expresividad de los hechos que de otra manera se esfumarían.

Sissy le hará recordar a Brandon que hay otro distinto, independiente y a la vez necesitado de él, situación que había extraviado por completo.

El texto no presenta baches narrativos, siempre hay algo del orden de la imagen que sostiene el interés, ello gracias a la muy buena dirección de arte, la destacada dirección de fotografía y el empleo de la luz, creando climas exactos según el momento del relato que así lo requiera.

Pero el principal atractivo, se podría decir imán, en cuanto lo que atrae, son las maravillosas actuaciones de la pareja de hermanos protagónica.

El tema traerá aparejado grandes debates, algunos se inclinarán por la vertiente psicológica, otra por lo inherente a la moral, nadie que la vea saldrá indemne.