Shame: sin reservas

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Enfermo de sexo

"Shame" traza un retrato íntimo de un obsesivo sexual que no puede conectarse afectivamente con nadie.

No deja de ser extraño que aún se considere impactante una película que asocia el sexo a una obsesión enfermiza. Parece un tema apto para la psicología, pero es difícil imaginarse que un relato cinematográfico construido sobre esas premisas no resulte anacrónico.

Más allá de que la adicción al sexo y la falta de conexión afectiva sean problemas bien actuales, hoy carecen de potencia en una ficción. El asunto ya ha sido tan tratado por la ciencia que no queda margen para ninguna fantasía, aun cuando ésta sea melancolía y existencial, como en el caso de Shame.

El centro de la historia es Brandon (Michael Fassbender), un hombre soltero, con un buen trabajo y un buen departamento en Nueva York, cuya vida se reduce a una rutina de pornografía en Internet, sexo pago o casual y masturbaciones compulsivas (todo explícitamente ilustrado en la película). Pese al estado de exitación permanente en el que vive, es un tipo frío y calculador, que no establece relaciones profundas con las mujeres y que es incapaz de responder las llamadas telefónicas de su hermana Sissy (Carey Mulligan).

Es obvio que Brandon no quiere problemas y su hermana representa un gran problema, un problema que se materializa cuando de pronto ella aparece y se instala por un tiempo en el departamento de él. Sissy es una cantante sentimental, autodestructiva y patética. Lo más interesante de la historia se concentra en esta relación entre hermanos, opuestos en temperamentos, pero unidos por una grieta interior que los atraviesa a ambos y de cuyo origen nada se dice.

Las mejores escenas, las más emotivas y reveladoras, son las que protagonizan los dos. Una mientras esperan el subte y Sissy le pone su sombrero ridículo a Brandon. Otra cuando ella canta en un restaurante la canción New York New York, y a él, incómodo porque comparte la mesa con su jefe y amigo, le cae una lágrima involuntaria.

Esa tensión de que el ser más cercano sea a la vez el más extraño está magníficamente mostrada en Shame. Allí hay dolor y gracia, incomprensión y simpatía, odio y amor, esa clase de sentimientos ambivalentes de los que están hechos los vínculos familiares.

Pero el director Steve McQueen insiste con seguir a Brandon en su camino hacia la abyección. Si bien mediante una música tremendamente melancólica, intenta elevar la compulsión sexual de su personaje a una especie de fatalidad, no termina de conseguirlo. Las acciones desesperadas y erráticas de Brandon nunca llegan a superar el nivel de síntomas de un caso clínico, lo que impiden que se conviertan en verdaderas manifestaciones personales de un destino impersonal.