Sex and the city 2

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

En liquidación

El cuarteto que paseaba a la última moda por Nueva York se muda a Abu Dhabi. Sobra arena.

Debe haber pocos adjetivos calificativos tan inocuos como, precisamente, inocuo, que es uno de los que mejor le caen a Sex and the City 2 , prolongación en el cine de la serie de TV que fue un éxito porque revelaba la rebelión de algunas de las cuatro protagonistas en la ciudad de Nueva York. Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda ya tuvieron su primera experiencia en la pantalla grande hace dos años, y tanto en aquella oportunidad como en ésta se mantiene el espíritu de chicas -ya grandecitas- que quieren divertirse, pero la historia es decididamente nula.

Como prolongar en casi cinco episodios (la película dura 140 minutos) lo que en uno alcanzaba, bastaba y sobraba.

Las bastante maduritas protagonistas comienzan la película de fiesta. Están en la boda gay de Stanford y Anthony (si usted no vio la serie, no importa), lo cual no aportará mucho en el futuro desarrollo del filme, salvo que Charlotte comenzará a mirar con malos ojos a la “nana” de sus hijas, una joven de enormes senos que no usa sostén, y a quien sí mira con buenos ojos el marido de Charlotte. Los celos, cómo y cuándo no, serán uno de los ejes, si hay algo parecido a ello en la película de Michael Patrick King.

El centro de la trama, si la hubiera, sería el viaje a Abu Dhabi que emprende el cuarteto cuando un jeque invita a Samantha a hospedarse en una suite de su hotel, a 22.000 dólares la noche. La condición que pone la ninfómana es que la acompañen sus amigas. Y allí van, puro lujo y glamour casi, casi obsceno. Ni importa que paseen en camello por el desierto: ellas lucirán de estreno y se cambiarán de modelo como de ropa interior, o más, ya que pueden lucir más de un vestido por jornada/escena/toma. Como si en vez de clavar los tacos brillantes en la arena anduvieran por la Quinta Avenida.

Aquéllo de inocua va porque en la película sencillamente no pasa nada, y difícilmente pueda tener un efecto sobre los espectadores, en su gran mayoría espectadoras televidentes que hayan disfrutado de la serie, pero que seguramente extrañarán algo.

No es la cara de Sarah Jessica Parker, que con los años se parece cada vez más a la hermana de Alf. No, no es eso. Tampoco los comentarios entre sexistas y racistas que suelta Carrie (“cuando ya nadie se podía casar, llegaron los gays”), ni los cameos, alguno más extenso que otro, de Liza Minnelli -a los 64 parece más joven que Kim Cattrall-, Penélope Cruz y Miley Cyrus. No.

Lo que se extraña es el desparpajo, que aquí ya ha mudado a rutina rancia. Porque los gestos provocadores -está en Medio Oriente rodeada de mujeres tapadas y no por arena- y el maratón sexual de Samantha no sorprende a nadie.

Un ejemplo de lo avejentada que está la cosa es que “el” problema en la relación entre Carrie y Big, su marido, pasa porque él no prenda tanto la tele (plasma extrachato) y le dedique más atención (a ella). El The New Yorker publica la crítica del nuevo libro de Carrie -lo mata- con una caricatura en la que aparece con la boca tapada con cinta.

Linda metáfora.