Sex and the city 2

Crítica de Ezequiel Boetti - Cinemarama

Odio la ropa. Más precisamente odio el culto casi religioso que se le hace a la ropa. Odio que un conjunto de hilos entrelazados sea sinónimos de clase, de educación, de inteligencia. Odio que los jóvenes, coetáneos de quien escribe, imperen sus vidas por el dudoso fulgor de las telas. Odio que un pantalón se pague lo que no vale; que una campera se valore no por su funcionalidad (la capacidad de abrigo) sino por la estética, por si combina o no –qué tragedia- con el resto de la vestimenta; que las zapatillas usadas con el noble objetivo de proteger los pies de cortes y heridas sean apenas una entelequia (parte de un tiempo pasado que me resigno a no ver volver) que devino en gigantes armatostes con ¡resortes! En una de las discusiones recopiladas en el libro Frutos extraños, Leila Guerriero define al cuerpo humano –su cuerpo humano- como una herramienta de la que hace uso y no un santuario. Más allá de la absoluta concordancia con ese pensamiento –como mal para beber mejor- el parangón con la ropa me resulta inevitable. La ropa es, ante todo, un cobijo para el ser humano, un asunto vital para la delgada dermis que nos caracteriza que, en algún momento de la historia que no logro identificar, mutó en imposición social. Sin embargo mi conciencia no carcome mi cilividad. No pretendo martirizarme por los desclasados e ir en harapos por la vida. Soy conciente de mi pertenencia a la sociedad, y como tal debo moverme dentro de los límites que ella establece: los humanos, en nuestra condición hobbesiana de seres mundanos, debemos adaptarnos para convivir, resignar para armonizar.

La aclaración es pertinente cuando de Sex and the City 2 se trata. Un texto de una película que entroniza la ropa escrito por alguien que la odia, que la considera pérdida de tiempo y dinero, desde ya carece de rigor. Reconozco sin sonrojarme que escribo con una sensación mezclada de odio y lástima. Lo primero, por la bazofia hecha fílmico que es el opus dos del cuarteto de NY: una película narrativamente arbitraria, banal, sobreactuada, superficial, imposible. Es chiquilina, Casi Ángeles post-40 con planteos pueriles casi tan caprichosos como los seres que las componen: que el hombre prefiera quedarse en casa viendo una película acurrucado con su mujer equivale a crisis marital, la menopausia como apocalipsis sexual, entre otras. He leído críticas y comentarios donde se tilda a Sex and the City 2 de feminista. No estoy de acuerdo. Las mujeres aquí son tan estúpidas, de una construcción tan alejada a la generalidad femenina que el resultado es lo opuesto. Estamos entonces ante una película machista, cargada de misoginia: las ridiculiza, las insulta, las deshumaniza, las maltrata y, por sobre todo, no manifiesta cariño alguno por ellas: las libra a su suerte, al libre albedrío de una comedieta de enredos tonta e intrascendente donde los encuentros con ex novios en Abu Dhabi son moneda corriente, donde la libido impera por sobre cualquier atisbo de razón o sentimiento.

Lo segundo es por la clarividente certidumbre de que hay mujeres como Carrie y compañía que inundaron los cines para compartir una salida “de chicas” viendo esta fantochada, que desean y envidian el modelo de vida hueco y chapucero que se rige por el dios tela y la diosa cuero. Para novias así, prefiero el jogging de mi soltería.