Séraphine

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Es difícil satisfacer a los críticos. Para ser crítico uno debe leer otras críticas…

Sí, está bueno ser el primero, en publicar. No tener influencias. Pero a veces también sirve para disentir. Tener una referencia, es interesante para saber que puntos de vista compartir y cuáles no.

Realmente me cuesta entender la frialdad con la que Seraphine fue tratada por los “especialistas argentinos”.

Seraphine Louis fue una artista muy particular. Desde el pequeño pueblo de Senlis donde vivía limpiando pisos, cocinando, lavando sábanas de hosterías y la burguesía francesa, Seraphine, esta mujer silenciosa, de mirada atenta, solitaria, en su tiempo libre, hacía retratos increíbles, bellísimos y muy adelantados para la época, de vanguardia, de la naturaleza.

Seraphine estaba influenciada por dos elementos: una supuesta voz divina, que le dijo de la noche a la mañana que debía pintar… y por la naturaleza, que la inspiraba y le daba los elementos concretos en donde fijara su vista.

Seraphine se entendía con el cielo, las nubes, los árboles, el pasto. Ante los ignorantes e ingenuos ojos de la sociedad, Seraphine, era una mujer extraña, una loca.

Seraphine pintaba con los colores que podía conseguir y ahí rebosaba su magia.

Martin Provost decide que su película este vista desde los ojos de la artista, y también del hombre que la descubrió: Wilhelm Udhe, un coleccionista alemán, descubridor de pintores como Henri Rousseau, y defensor del primer Pablo Picasso. Udhe se refugia en Senlis para no tener que participar de la inminente Primera Guerra Mundial. Seraphine limpia su habitación, y por pura casualidad, Udhe empieza a descubrir su magnífica obra, por lo que hace lo imposible por comprar cada pintura que realiza y darla a difundir. Pero Alemania ingresa en Francia y tiene que escaparse. La segunda parte de la película, nos muestra el regreso de Udhe varios años después y la manera en que modifica la vida de Seraphine, que pasa de ser una empleada doméstica a una mujer, que a los 55 años, podría empezar a vivir como una aristócrata.

La crítica ha dicho que la película tiene una formación académica, y no trata de meterse en la cabeza y las fantasías delirantes del personaje, que no trata de explorar su perfil “divino”.

En principio, pienso que tratar de meterse dentro de las visiones y la locura de un artista, imbuirse de la estética y los colores de las pinturas del personaje, está muy visto.

El mejor ejemplo sigue siendo la visión de John Huston sobre la vida de Henri Toulousse Loutrec en la original y hermosa Moulin Rouge (1956). Donde sin ser obvio y no subrayar las pesadillas interiores del personaje con la estética, Huston, le daba a su película una visión similar a las pinturas del artista. Dicha elección de vincular estética de las obras con la película en sí fue imitada innumerables veces, desde versiones burdas y aburridas hasta otras interesantes, pero no trascendentes.

En cambio, con Seraphine, Provost no imita el estilo de su artista, sino que se basa en las obras de otros artistas contemporáneos o previos a Seraphine para mostrar el universo en que el personaje se mueve. Por eso, el tratamiento impresionista o post impresionista para retratar los paisajes y campos que recorre Seraphine, alejado de cualquier locura o pesadilla interna, transmite la tranquilada que caracterizaba al personaje en su cotidianeidad. Los interiores tienen un remanente barroco, donde el director aprovecha de forma bella y creíble a la vez, la luz que entra por ventanas, como si se tratara de pinturas del siglo XVIII o XIX. Lo académico del tratamiento es confundido por la falta de educación pictórica de los “críticos”.

Provost, decide ser clásico, usar un ritmo lento, mas un montaje dinámico, tonos austero, nunca meloso, ni exagerado. Nunca la película se convierte en un melodrama telenovelesco. El director decide que los actores, la maravillosa y natural Yolande Moreau, y el versátil, siempre creíble, tranquilo y austero, Ulrich Tukur, lleven la intensidad de este drama, sin que se les mueva un pelo, sin forzar sentimientos, ni acciones.

El encanto y química de la pareja se da en las sutiles oposiciones externas de los personajes. Él, un alemán rígido, ordenado, aristócrata y pulcro. Ella, una mujer desliñada pero educada. La relación de ambos, que no admite una segunda lectura, debido a que él nunca ocultaba su homosexualidad ante su grupo social, pero fue la razón por la que fue perseguido durante el nazismo, es bella por la distancia que mantienen, por la independencia y por la convicción interna de cada uno.

Si bien es cierto que a medida que la vida de Seraphine se va apagando, la película decae un poco, y que algunas subtramas secundarias (la relación de Udher con un joven pintor enfermo) no termina por interesar ni introducirse demasiado en la historia y de Udher para formar un mejor perfil del personaje, Seraphine es una película cálida, de un encanto interno propio, independiente del personaje a nivel estético, con excepcionales interpretaciones, sutiles, austeras, naturales. Un retrato respetuoso, sin grandilocuencias heroicas ni juicios de valor sobre sus creencias, sobre una artista que en vida nunca tuvo el reconocimiento merecido.

Por suerte, en Francia, la película fue reconocida como la mejor del 2008. Espero que algún día, ciertos “críticos profesionales” puedan salir de su ideología estancada, y entiendan que cada obra es independiente como cada pintura, y la elección estética de un realizador no siempre debe ir de acuerdo a una “tendencia”.