Séraphine

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Entre el cielo y la tierra

El nombre y la obra de Séraphine Louis (1864– 1942) alcanza la categoría de descubrimiento para el gran público, gracias a la biografía que filmó Martin Provost. En Séraphine, la actriz belga Yolande Moreau se adueña del ritmo del relato, en el que predominan las imágenes, y va construyendo un personaje extraordinario, místico, y con la rusticidad de la campesina que sirve en varias casas y el convento.
Hay en Séraphine una invitación a entrar en el mundo de las sensaciones de esa mujer excepcional que pintaba porque se lo dictaban ‘de arriba’.

La película comienza en Senlis, en 1914, poco antes de la Gran Guerra. En la campiña francesa Séraphine va descalza a todas partes y guarda su secreto. La mujer que se levanta al alba para asistir a la primera misa, trabaja con sus manos todo el día y toda la noche. Yolande Moreau se mueve volviendo macizo su cuerpo, habla poco y mira ávida, se come el aire, el sol, los árboles. Hay en el personaje unos ritos que se van profundizando hasta volver incompatibles el cielo con sus ángeles, y la tierra, con sus cuadros.

Séraphine es descubierta por el marchand alemán, Uhde, que valora ese arte al que se niega a llamar ‘naif’. “Prefiero decir nuevos primitivos”, plantea señalando la explosión de color en los lienzos con manzanas, flores y árboles, logrados por la alquimia de elementos que le pone un sello único a las texturas. Ella comulga con los elementos, los pone en botellitas, los muele y mezcla. “Me asusta lo que he pintado”, dice, porque el arte es para ella la naturaleza misma. Contada en el periodo entreguerras, Séraphine además va mostrando los tabúes, la distancia con París, la lucha de la genialidad contra la tradición y, en general, el clima en el que Séraphine escucha el llamado de los ángeles, eso que para los demás es la locura.

La película es de andar bucólico, pero con una tensión y una belleza que traen las preguntas del siglo XX al actual, celebrado por la fotografía de Laurent Brunet. Las actuaciones de Ulrich Tukur (Wilhelm Uhde, el mecenas) y Anne Benoit (su hermana) aportan el dramatismo que Séraphine combatió con sus visiones inocentes.