Señales de humo

Crítica de María Bertoni - Espectadores

¿Hasta qué punto dependemos de Internet para vivir? ¿Cuánto perdemos y cuánto ganamos (o recuperamos) cuando dejamos de estar en línea? Y si renunciáramos definitivamente a esa conexión, ¿qué lugar ocuparíamos en el mundo globalizado y en nuestro tiempo? ¿Qué pasaría si probáramos?

Estas preguntas se vuelven explícitas hacia el final de Señales de humo, y en boca del ingeniero que provee Internet satelital a los escasos pobladores de Amaicha del Valle. Acaso este personaje secundario sea el alter ego del realizador Luis Sampieri y de los espectadores que miramos su película… a través de la Web, y en el caso de aquéllos que habitamos la Ciudad de Buenos Aires, a 1200 kilómetros de esa pequeña comunidad indígena de la provincia de Tucumán.

Si la neurosis urbana nos da tregua, encontraremos en las cumbres calchaquíes –o mejor dicho en la bellísima fotografía de Mauricio Asial– razones suficientes para abandonar la modalidad online. Karina Martinelli y José Santucho supieron musicalizar las imágenes por momentos mágicas con una mezcla equilibrada de sonidos locales y melodías universales, de ésas que evocan cierta religiosidad.

En estas condiciones, Señales de humo nos embarca en una suerte de viaje espiritual, ajeno a los milagros de la banda ancha. El guía –y protagonista del largometraje– es un arriero y guardaparques de barba tupida, piel curtida, fe profunda y pocas palabras.

Mario Reyes nos conduce entre los cerros, los cardones, las cabras, el viento, las nubes, las estrellas. Al mismo tiempo realiza sus tareas rutinarias, entre ellas acompañar «al ingeniero» cuando toca reparar una torre remota de la deficiente Dovanet.

Cada tanto Sampieri se despega de esta crónica para mostrar los avances del artista plástico Rodolfo Abella con el caballo que esculpe amorosamente en/con madera. El paralelismo narrativo sugiere que el aquí y ahora se diversifica cuando interrumpimos nuestra navegación con computadora y celular.

Señales de humo desborda la categoría Documental para coquetear con el ensayo, la poesía e incluso el rap, al calor del «fueguito» que el ingeniero celebra en una noche tan fría como luminosa. Tampoco falta el sentido del humor en una pantalla que admite el tipeo de brevísimos mensajes textos de WhatsApp, y que muestra a una mula cuyos ojos fueron tapados con una campera, acaso para privarla del disgusto de verse convertida en medio de transporte de una ¿innecesaria? antena satelital.