Señales de humo

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

NO HAY SEÑAL EN LA MONTAÑA

Amaicha del Valle. Una pequeña comunidad indígena en la provincia de Tucumán. Mario Reyes, arriero y guardaparques de profesión, realiza sus actividades habituales mientras la cámara lo observa a una distancia prudencial. El trabajo, la comida, las caminatas, las conversaciones, los silencios. El paisaje. La naturaleza y sus inclemencias. El documental de Luis Sampieri, guionista y director, entremezcla estos elementos a través de una mirada que no busca entrometerse, sino que prefiere acompañar a sus personajes a través del relato. Porque hay un relato, en el fondo, que es prácticamente una anécdota: el pueblo se queda sin internet, y Mario tiene que guiar a un ingeniero a través de la montaña para que pueda arreglar la antena y devolver el servicio a la comunidad. Además de ser una anécdota, es una excusa, porque le sirve al director para reflexionar sobre los usos de la tecnología, y la forma en que se articula con el pasado y el presente. También funciona para dar cuenta de las vidas que quedan implicadas en su recorrido, desde el arriero que cabalga cerca del cielo, hasta la niña que llama a Atención al cliente para saber cuándo va a volver a ver YouTube.

En una película que apenas supera los 70 minutos, la cuestión de la antena rota se demora en aparecer, y eso refuerza la impresión de que a Sampieri le interesa otra cosa. Con planos largos, a veces fijos, construye un fresco de la vida en ese lugar, y entonces la atención puede desviarse de Mario Reyes para pasar a un escultor que trabaja en su taller, y después dar lugar a los habitantes que, sin internet, se comunican con sus seres queridos a través de la radio. Cuando vuelve al arriero, el documental se preocupa por retratarlo como una figura dedicada y profesional, del que sin embargo no sabemos nada; la vida que queda en off le confiere un aura de misterio y de tragedia que lo emparenta con los héroes crepusculares del western. La comparación no es casual, porque cuando irrumpe la travesía, los espacios se abren y la montaña se muestra vasta e imponente, con un cielo infinito que anuncia una tormenta. La belleza de este tramo es innegable, apuntalada por una banda sonora que solo aparece cuando es necesario. Cabe pensar, quizás como una apuesta futura, en las potencialidades visuales que podría desarrollar Sampieri en una ficción. Y es que, si uno desconoce el carácter documental de Señales de humo, varias partes podrían tranquilamente confundirse con una ficción. El naturalismo del director a la hora de retratar a su protagonista, con una vida atravesada por su relación con el trabajo, no es muy distante a una película como La libertad de Lisandro Alonso.

Sin embargo, en el plano discursivo la película se resiente, y las palabras pierden fuerza ante las imágenes. Palabras que escuchamos, pero que también leemos en pantalla, en un recurso que Sampieri utiliza para ilustrar la vida digital de los habitantes (los mensajes de texto que circulan), y que nunca deja de sentirse fuera de lugar. Hay una búsqueda formal del director por elevar su película por sobre la media, y así Señales de humo puede verse también como el esfuerzo de un documentalista por evadir las convenciones, sumando recursos para lo que quiere contar. Algunas de esas decisiones no logran disimular cierta pretenciosidad, una experimentación que no siempre da buenos resultados. Y así Sampieri termina cayendo en algunas exageraciones visuales que buscan lo simbólico, y se observan entre antojadizas e impostadas. Por suerte, no es algo que ocurra con demasiada frecuencia.

Las palabras, decíamos, son las que parecen sobrar. A través de las palabras el director amenaza con dar un mensaje aleccionador y bastante fácil sobre los peligros de la tecnología, y la necesidad de volver a las viejas costumbres. Hay que creerles a los viejos, dice el ingeniero, después de dudar de Google Maps para establecer a qué altura se encuentran sobre el nivel del mar, porque la aplicación arroja un resultado distinto del que reza una placa al pie de la montaña, confeccionada en los viejos buenos tiempos. Una época que el documental pareciera añorar, pero evitando convertir esta reflexión en una bandera. La noche se cierra sobre el arriero y el ingeniero, que toman mate y esperan que el clima mejore para poder seguir trabajando. Sampieri concluye su viaje aceptando el lugar que ahora ocupa internet en la vida de la gente, y se va sin enunciar postulados. Las imágenes permanecen y se imponen, mientras que las advertencias obvias sobre el futuro se desdibujan bajo la lluvia.