Selma: el poder de un sueño

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

La vida por los nuestros

Hay algo que es indudable: si “Selma” no hubiese ido como candidata al Oscar como mejor película y mejor canción original (a la postre, la única estatuilla que ganó), muy pocos hubieran hablado de este filme. Más allá de que aborda una temática comprometida, no es una película para rotular como lo más destacado del año 2014, aunque recién se estrenó esta semana en Rosario. Es más parecido a un telefilme que a una película para competir con una de González Iñárritu, Wes Anderson o Richard Linklater. Pero lo cierto es que Ava Duvernay fue por todo en “Selma”. La directora quiso contar la travesía de Martin Luther King en pos de lograr el derecho a voto de los afroamericanos. En una biopic que toma un tramo de la vida del popular militante social, la película hace foco en una protesta que derivó en una épica marcha desde la localidad de Selma hasta Montgomery, Alabama. Esa gesta, que finalizó con las lógicas presiones de la opinión pública estadounidense hacia el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) tuvo una feliz consecuencia: la ley del derecho al voto en 1965. Claro que nada fue fácil para Luther King (David Oyelowo), tuvo que poner en riesgo su pareja, su vida familiar, la relación con sus pares y hasta soportó una amarga estadía tras las rejas. “Selma” también refleja el poder de Martín Luther King en esa década del 60, la llegada y la influencia que tenía sobre el mismísimo presidente de los Estados Unidos, y sus diferencias con otro militante de un perfil más extremo, como lo fue Malcolm X. Pese a que la película deja en pie la metáfora del valor irrenunciable de luchar por un ideal, no conmueve lo que debería y es demasiado tradicional estéticamente, a contrapelo del espíritu transgresor del protagonista.