Selma: el poder de un sueño

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

La segregación racial, la desigualdad entre afroamericanos y sajones en Estados Unidos en todas las épocas, las consecuencias de un estado demagógico y negador de los derechos constitucionales, la lucha por la igualdad, la protesta pacífica. El tema racial está más vigente que nunca en Hollywood (cómo no estarlo con todo lo que sucede allí todavía con este tema) con producciones recientes como “El mayordomo” (2013), o la ganadora del Oscar el año pasado, “12 Años de esclavitud” (2013), a las cuales se suma “Selma: El poder de un sueño”, nuevamente con producción de Oprah Winfry, quién de alguna manera ya había comenzado esta gesta de concientización hace muchos años desde su rol de conductora, y luego en producciones cinematográficas con “Preciosa” (2009) como piedra basal, y la producción ejecutiva de Brad Pitt

“Selma: El poder de un sueño”, la última nominada al Oscar 2015 estrenada en nuestro país, es la historia de cómo Martin Luther King (David Oyelowo) organizó, y eventualmente protagonizó, la marcha desde ese pueblito de Alabama al ayuntamiento de la ciudad de Montgomery, para protestar por la falta de aplicación del derecho al voto en ese Estado, con cierta connivencia de la Casa Blanca al entender que “no es momento” para reclamos todavía. Los muy interesantes primeros minutos parecen amagar a cuestionar el poder político, porque la introducción nos muestra al líder siendo reconocido con el premio Nóbel de la paz, además de la admiración general de todo el mundo.

Con el personaje encumbrado, venerado y respetado por todo el planeta se produce una jugosísima conversación en el salón Oval. King y el presidente Lyndon Johnson (Tom Wilkinson) debaten sobre la aplicación inmediata de las leyes para dejar votar a los negros. Para el primero, el Estado nacional debe intervenir inmediatamente en el Estado de Alabama, gobernada en aquel entonces por George Wallace (Tim Roth). Al respecto el primer mandatario le pide tiempo, no es el momento, hay que esperar. Uno tiene el poder por ser el presidente, el otro por su influencia mediática. Un duelo realmente tentador que podría profundizar la teoría sobre el poder y su utilización, pero que luego se va diluyendo en favor de contar otras cuestiones. Primero mostrando la situación matrimonial y familiar de M.L.K. Es decir, como esta responsabilidad asumida al extremo entorpece el funcionamiento armónico con su mujer Coretta (Carmen Ejogo). Por otro lado, el hincapié que se hace en la interna entre los activistas de Selma y la gente de King construye un conflicto de intereses, pero aminora la fuerza narrativa. Por otra parte, algunos pasajes centrados en la actividad en Washington y los sobreimpresos con formato de informe de espionaje por parte del FBI, crean un fantasma omnipresente, pero casi exclusivamente para el espectador. Como si se quisiera subrayar un tufillo a impunidad y oportunismo político por parte de la institución comandada por J. Edgar Hoover, pero más desde la pantalla hacia fuera, con lo cual cada sobreimpreso está más cerca de un mero mensaje de texto que de un valor cinematográficamente narrativo.

“Selma: El poder de un sueño” es una película conceptualmente discreta, bien realizada hasta donde da el poco oficio (en términos de experiencia) de Ava DuVernay, quien al no tomar riesgos respecto de la interpretación de la historia o del personaje que la protagoniza, se queda en la no despreciable instancia de llevar a buen puerto una nave que parece quedarle un poco grande. También es cierto que el elenco tiene puntos altos en David Oyelowo, Carmen Ejogo, Giovanni Ribisi y Tim Roth (aunque a éste último se le escapa el registro hacia el típico villano).

Finalmente, el único acto conservador que se agradece es el no regodearse en las escenas de violencia, que las hay, y muchas. Por el contrario, la realizadora prefiere insertar imágenes de archivo y conjugarlas con las recreadas ficticiamente, otorgándole un rigor más contundente que un palazo sangriento a algún manifestante, como ocurría con la innecesaria crueldad de la última ganadora del Oscar. Había bronca de los realizadores por la falta de reconocimiento en las nominaciones, pero esta vez no hay discriminación, simplemente una obra valiosa en contenido pero realizada con manual de instrucciones.