Selma: el poder de un sueño

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Política, realidad y el cambio de época.

Si bien el británico David Oyelowo (El mayordomo, Interestelar) no llegó a estar nominado como Mejor Actor, esta película tipo biopic figura como Mejor Film. Muestra un capítulo estremecedor en la lucha por los derechos civiles.

En 1964, el reverendo Martin Luther King ganó el Premio Nobel de la Paz, por su lucha por los derechos civiles. Parecía que las condiciones estaban dadas para que de los negros finalmente pudieran votar sin restricciones en los Estados Unidos. Sin embargo, los estados más racistas de la Unión estaban dispuestos a dejar pasar el tren de la historia, por lo que King ideó una marcha pacífica entre las ciudades de Selma y Montgomery, en los profundo del estado de Alabama, presionando al presidente para que enviara una ley al Congreso y se derogaran los obstáculos para poder registrarse y votar.
Selma cuenta ese momento histórico donde Martin Luther King (gran trabajo del británico David Oyelowo, que según la Academia de Hollywood no le alcanzó para que decidieran nominarlo) lucha por imponer sus ideas en medio del racismo y también la incomprensión de buena parte de la comunidad negra, principalmente la liderada por Malcom X, por su estrategia pacifista.
La realizadora Ava DuVernay, que ganó el premio a la mejor dirección con Middle of Nowhere en el festival Sundance, consiguió el apoyo de Oprah Winfrey que interpreta un papel secundario pero decisivo, ademas de ser la productora del film junto a Brad Pitt. Trabajó al biopic asentándose en la realpolitik de la época–como el Lincoln de Spielberg–, con las negociaciones del reverendo con el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) que se opone a las reformas legislativas en un año electoral, los grupos más radicales que con su discurso violento son funcionales al poder y en el frente interno, la lucha del activista por mantener a flote su matrimonio con Coretta (Carmen Ejogo), aun con sus ausencias, sus infidelidades y los sucios recursos que emplea el todopoderoso jefe del FBI, Edgar Hoover (Dylan Baker) para complicarle la vida.
Este equilibrio que va sosteniendo Martin Luther King en diferentes instancias, tiene en la película un ritmo de thriller político a medida que las negociaciones avanzan y se estancan, cuando se va desde el conflicto en general con las tres marchas ferozmente reprimidas desde Selma –que funcionó en la historia y en el relato como el centro de la segregación– hasta los crímenes que sufren los activistas, blancos y negros, por las calles de la ciudad.
Es cierto, Selma compite a la mejor película en la próxima entrega de los Oscar en un momento donde los derechos civiles otra vez están en la tapa de los medios estadounidenses por los casos de violencia racial de la policía, pero se trata de un film interesante, pero más allá de la oportunidad.