Secretos de estado

Crítica de Fernando López - La Nación

Mucho de lo que destapa Secretos de Estado en esta exploración del detrás de escena de la política podrá no sorprender demasiado. Al cabo de tantas campañas electorales en las que la práctica del sucio juego de enlodar al rival insume más tiempo, más energía y más ingenio que exponer ideas o debatir programas de gobierno, los propios políticos se han encargado de ventilar cuántas hipocresías, bajezas, vanidades, deslealtades, artimañas, dobleces, ocultamientos y zancadillas se mezclan en la turbia lucha por sacar ventaja en la carrera hacia el poder.

Los idus de marzo del título original que aluden al asesinato de Julio César coinciden en la ficción que Beau Willimon concibió originalmente para el teatro con la fecha de las primarias del partido demócrata en Ohio, pero más allá de algunos rasgos que puedan sugerir paralelos con la realidad, bien podría tratarse de cualquier partido político, y no necesariamente norteamericano. Al fin, no es una plataforma política lo que se discute en el film sino las estrategias que conducen a ganar el poder y el precio que hay que estar dispuesto a pagar para lograrlo. Permanecer mucho tiempo en este negocio conduce fatalmente al cinismo y al hartazgo, dice en un momento Paul Giamatti, un maquiavélico jefe de campaña que ya ha vivido ese proceso en carne propia (y está a la vista). Precisamente, aunque la acción pivota en torno del precandidato en cuestión -Mike Morris, el carismático gobernador de Pennsylvania que encarna George Clooney-, el centro de gravedad del film está en Stephen Meyers (Ryan Gosling), su joven vocero, seguidor convencido, idealista y sagaz, y en el arco que describe su trayectoria a partir del momento en que, por inexperiencia (y también por vanidad) cae en la malévola trampa que le tiende el jefe de la campaña rival y se ve de pronto incorporado, de un modo brutal, a la realidad más sórdida de la contienda política.

Thriller sin una sola escena de acción, pero con tensión constante y un complejo entramado dramático, el film confirma la habilidad narrativa y la elegancia del lenguaje de Clooney -aquí mucho menos indignado y bastante más escéptico que en Buenas noches y buena suerte - y la adhesión que despierta entre sus colegas: el elenco del film es un verdadero seleccionado cuyo aporte a la solidez del relato es decisiva. Aparte del propio Clooney -que tiene la prestancia y la simpatía del hombre que debe seducir al electorado, pero también la firmeza de carácter que puede hacerlo temible cuando se lo ataca-, y del transparente Ryan Gosling a cargo del personaje más acabadamente elaborado y el que más matices exige, el film tiene dos robustos pilares en Philip Seymour Hoffman, el jefe de campaña de Morris, y su contraparte, Paul Giamatti. Marisa Tomei supera con creces el estereotípico retrato de la periodista de The New York Times que no repara en medios para conseguir primicias sabrosas, y Jeffrey Wright es el senador sin escrúpulos que se cotiza muy alto en términos políticos y por cuyo apoyo compiten ambos precandidatos. Párrafo aparte merece la sugerente y expresiva Evan Rachel Wood, cuya pasante determina que la historia se desvíe hacia el drama sobre sexo, adulterio, chantaje y deslealtad y desemboque en tragedia.

Seguramente el film es, en el fondo, algo más naïf y menos demoledor de lo que Clooney parece proponerse, pero se trata de una obra que no flaquea en ninguno de sus rubros y logra sostener la atención del principio al fin.