Se levanta el viento

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Hayao Miyazaki y el eterno sueño de volar

Sobre Se levanta el viento se ha dicho mucho pero nunca suficiente. Sea porque se trata -o trataría - de la despedida de Hayao Miyazaki de la gran pantalla, sea porque es una película de belleza apabullante.

Entre otras cuestiones, ver en el cine un film del maestro japonés devuelve la certeza de que la animación es también, y primariamente, un ejercicio en dos dimensiones. Y que asombra como nunca cuando se trata de la pantalla gigante. Entre esa sorpresa intacta que todo niño grande preserva, y la mayoría de edad que obliga de otras maneras, el cine de Miyazaki es puesta en escena de ese equilibrio, que le ha vuelto una de las firmas mayores dentro de la historia del cine animado.

En Se levanta el viento se dan cita las obsesiones usuales del realizador, desde una mirada que repasa lo vivido y deja sentir un sonido de despedida. Tal como se ha referido en otras oportunidades, la película recrea la historia de vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, cuya avidez creadora terminará por ser una de las herramientas al servicio de la más infame de las tragedias: la guerra.

No es éste, sin embargo, el punto que la película acentúa. En todo caso, se trata del sueño más auténtico: el de volar. En aviones tan bellos (y malditos por alguna bruja) como el del magnífico Porco Rosso, en comunión con la naturaleza y sus elementos. Para hacer de ese viaje el espejo de cielo invertido que refiriera Saint Exupéry en su novela Vuelo nocturno (ese escritor también mimado por otro aventurero de mares abiertos, Hugo Pratt, en su historieta El último vuelo).

Todo ello desde la cosmogonía de quien sabe que la naturaleza es equilibrio. Así como los personajes ancianos de Akira Kurosawa (Rapsodia en agosto, el capítulo final de Sueños) o la letanía persistente que de su entorno milenario tiene el cine de Yasujiro Ozu. Miyazaki, claro, junto a estos maestros, con una poética que emana una sensibilidad por lo demás ausente en cualquiera de las producciones animadas actuales.

Se levanta el viento incluye, desde luego, a la muerte. No sólo a través del fantasma a punto de corporizarse como guerra mundial, sino desde la compañía de vida que tiene al amor como vínculo. Es ésta la esencia del relato: la historia entre Jiro y Naoko, motor que hace posible la invención de volar, solaz que es amparo ante la enfermedad que desgarra la salud de ella.

La templanza con la que se enfrenta lo irrevocable de la vida es señal de sabiduría. Sapiencia humana pero también animada. Porque, a recordar, se trata de dibujos animados. De manera tal que, ¿quién podría resistirse al encanto?