Se acabó la épica

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

El secreto mejor guardado

Néstor Sánchez es, para muchos, uno de los secretos mejor guardados de la literatura nacional. Nacido en el barrio de Villa Pueyrredón en 1935, el autor de Nosotros dos y Siberia blues vivió gran parte de su vida en París, donde su amistad con Julio Cortázar le permitió formar un tándem artístico infalible. Pero después eligió perderse en Nueva York sin que nadie sepa muy bien por qué. Allí estuvo durante varios años, mientras que los suyos lo creían muerto. Hasta que un día volvió a su barrio natal, pero sin la chispa creativa de antaño. “Vaciado de épica”, le decía a sus psiquiatras durante sus innumerables visitas al centro de salud mental. Murió en 2003 en su casa.

Dirigido por Matilde Michanie (Judíos por elección, Licencia Número Uno), Se acabó la épica se propone orbitar la figura de Sánchez mediante el testimonio de sus familiares y amigos, el recorrido por aquellos lugares visitados por el escritor durante su vida y la propia obra de Sánchez, atravesada de punta a punta por un fuerte tono autobiográfico.

La imposibilidad de alumbrar aquellos puntos oscuros de su vida (¿Por qué se fue? ¿Qué hizo en Nueva York?) y la decisión de Michanie de evadir las imágenes de archivo tiñen al protagonista de un tono fantasmagórico que remite al manto de misterio sobre la figura de Ada Falcón del documental Yo no sé qué me han hecho tus ojos, de Sergio Wolf y Lorena Muñoz.

Sin embargo, Se acabó la épica no termina de redondearse como un gran film debido a que por momentos se empantana en la reiteración de recursos (el tren como símbolo del barrio, la cámara subjetiva como encarnación del recorrido hipotético de Sánchez) y metáforas no del todo logradas.