Se acabó la épica

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

SILUETA ÉPICA

El motivo se repite tanto en su vida privada como en la propia obra: lo errante, aquello que no termina de resolverse y se convierte en misterio; como la silueta de unas piernas que vagan, recorren distintos países, se mezclan en el tumulto o quedan expuestas en la quietud de la inmensidad. Porque en ese sinsentido está la esencia: allí se acaba la épica y la única opción es el suicidio; las palabras se escapan y, entonces, sólo quedan balbuceos…

En verdad, ¿cuándo comienza la épica? ¿Qué rasgos debe reunir una obra o un hecho para catalogarse como épico? Si uno no está dispuesto a suicidarse, ¿cómo se recupera ese valor? Mejor aún, ¿cómo uno se reivindica a sí mismo?

Se acabó la épica, el documental de la argentina Matilde Michanié (Judíos por elección, Licencia nº1), transita por estos senderos pero no como una búsqueda de respuestas sino, por el contrario, a través de nuevas reflexiones y preguntas. Es probable que este método se relacione con el eje principal de la película: los análisis giran en torno a la vida y obra del escritor argentino Néstor Sánchez, una figura nacional que quedó olvidada tanto por su novedad literaria como por su forma de vida.

En efecto, los rasgos característicos de la obra de Sánchez tienen que ver con el vagabundeo, el vértigo, con la importancia del no saber, con el agotamiento para llegar a la creación, con búsquedas que poco pueden explicarse sino que se centran en la experiencia en sí misma. Por tal motivo, quizás se torne arduo entender que el escritor vivía como un mendigo o que sus allegados lo creían muerto por la falta de comunicación. De allí la importancia de la épica y la concepción del suicidio como único acto heroico para recobrarla.

Los testimonios presentados en el documental no dialogan entre sí, sino que pueden concebirse como bloques autónomos que permiten desarrollar un todo mayor. La independencia se complementa con la falta de linealidad en los relatos y con la voz en off (a veces grabaciones del propio autor, otras de Hernán Lucero) que, en ciertas ocasiones, recita fragmentos de sus libros. La directora no indica con subtítulos los nombres de quienes hablan o su relación con Sánchez. Esta información, a veces, se puede rastrear a partir de sus declaraciones.

Otros dos elementos recurrentes durante el documental y que ayudan a conformar el espectro Sánchez son su amor por el jazz y la idea de maestro. En el primer caso, esa libertad total que le ofrece la música (también se menciona el tango y su habilidad de bailarín). En el segundo caso, el reconocimiento tanto de sus pares, como por ejemplo, Julio Cortázar, como de su propio hijo, quien indica: “me encontré con un muro y detrás de él, la posibilidad de un maestro”. Esta admiración también provocará, por decisión propia, la distancia del autor con quienes lo rodean o consigo mismo.

Entonces, el torbellino Sánchez se alejará de todo por un largo tiempo, incluso de aquello que era su propia esencia: la escritura. Ese no saber que se volvió ausencia y llevó a la silueta de las piernas a recorrer espacios cada vez más reducidos hasta desaparecer en su propia casa. Pero esta vez de verdad.

Por Brenda Caletti
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