Scream 6

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Si Wes Craven se levantara de la tumba para ver Scream 6, seguramente le pediría a Ghostface que lo acuchillara para seguir descansando en paz. Lo que hacen los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (quienes el año pasado también hicieron la quinta entrega, junto a los guionistas James Venderbilt y Guy Busick, basados en los personajes creados por Kevin Williamson) podrá resultar entretenido para los fans de la franquicia, pero el entretenimiento no va más allá de un par de giros rebuscados y de una autoconsciencia metacinematográfica cansadora e insustancial.

Scream 6 continúa con las protagonistas de la entrega anterior, las medio hermanas Sam y Tara Carpenter (Melissa Barrera y Jenna Ortega, respectivamente), además de Mindy (Jasmine Savoy Brown), Chad (Mason Gooding) y la periodista interpretada por Courteney Cox, a quienes se le suman el detective Bailey (Dermot Mulroney), Kirby Reed (Hayden Panettiere), Ethan (Jack Champion), Danny (Josh Segarra), Quinn (Liana Liberato) y Anika (Devyn Nekoda).

Esta vez la acción se traslada de Woodsboro a Nueva York, aunque la Gran Manzana merecía más protagonismo y ser aprovechada como escenario de matanzas sangrientas al mejor estilo de los slashers despreocupados y directos del siglo 20, sin psicologismos, intelectualizaciones y giros propios de un guion que ya no puede exprimir más la reflexión sobre el género hecha por Craven y Williamson en las primeras cuatro entregas.

Probablemente lo único que quede en la memoria de esta sexta parte sea la muerte del personaje de Samara Weaving en el prólogo, quien con un vestido amarillo despampanante deja en claro el homenaje al giallo, con menciones a Dario Argento, entre otros directores y películas pasados por el filtro de una cinefilia que se agota en su propia cita y que no piensa más allá de la simple enumeración de referencias al voleo.

Scream 6 propone nuevas reglas, aunque no respeta casi ninguna. Una de ellas dice que las protagonistas pueden morir porque lo importante es la franquicia. “Las películas no importan”, dice uno de los personajes, como si eso fuera algo que viniera a revolucionar el género. Pero eso no pasa, ya que a las protagonistas no les sucede lo que dictan las nuevas reglas.

Sin embargo, es interesante lo que pasa con Scream 6, porque si bien las muertes no tienen mucho sentido, el espectador las disfruta riéndose y con cierta preocupación por el destino de los personajes principales. Es decir, hay algo que aún mantiene vivo el sentido de la película (y de la franquicia), y es ese costado clásico en el que las muertes y los personajes importan y no todo es un juego sangriento superficial y atolondrado.

Cuando la película se concentra en su función clásica, gana unos puntos. También es cierto que entrega momentos de alta tensión y alguna que otra escena lograda (aunque sin ninguna idea original), como la del subte, en la que unos Ghostface amenazantes y una luz que se prende y se apaga en el tren llegan a generar una atmósfera de terror sugestiva y desesperante.

A Scream 6 cuesta creerle su inverosimilitud, su propuesta metaficcional y autoparódica. Si las películas de terror ya no importan y al espectador sólo le queda disfrutar de un entretenimiento autoconsciente, habría que declarar la muerte del género, que, de hecho, el mismo Craven ya se encargó de hacerlo con conocimiento de causa.