Scream 6

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Todos son sospechosos

Ya desde su título, Scream VI (2023), el último eslabón de la franquicia que empezase allá lejos y hace tiempo, en 1996, nos indica que ahora desaparecieron aquellas pretensiones del trabajo inmediatamente previo, Scream (2022), de relanzar conceptualmente el esquema unificando ingredientes de las secuelas, como por ejemplo el regreso de los tres personajes principales, la víctima/ heroína histórica Sidney Prescott (Neve Campbell), la periodista carroñera Gale Weathers (Courteney Cox) y el policía querible pero tontuelo Dewey Riley (David Arquette), y de los reboots, en este caso la introducción de dos personajes nuevos, las hermanastras Sam (Melissa Barrera) y Tara Carpenter (Jenna Ortega), la primera hija de nada más y nada menos que Billy Loomis (Skeet Ulrich), aquel asesino excluyente de la propuesta original y la otrora pareja de Prescott. Esta inusitada aceptación de todos los capítulos previos por parte de la nueva productora del caso, una Spyglass Media Group que reemplazó a la Dimension Films de los cuatro primeros eslabones dirigidos por el genial Wes Craven, y por parte del mismo exacto equipo creativo de la epopeya del año anterior, hablamos de los directores Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin y la dupla de guionistas de James Vanderbilt y Guy Busick, se condice con un claro cambio de rumbo con respecto al film precedente porque aquí se deja de lado en gran medida el costado irónico/ sarcástico/ ácido de la saga, recurso que fue explotado hasta el cansancio por el mainstream del nuevo milenio en un espectro que va desde Marvel hasta Disney, y en cambio se opta por abrazar las otras tres patas cruciales de lo que fuera la identidad de las cuatro películas de Craven, léase el melodrama, la nostalgia slasher y las truculencias en cuanto a los asesinatos en sí.

Después de la típica apertura símil corto independiente, ahora con un estudiante de cine, Jason Carvey (Tony Revolori), utilizando el atuendo y máscara de Ghostface para cargarse a una profesora suya en un oscuro callejón neoyorquino, Laura Crane (Samara Weaving), sin poder prever que otro homicida -por supuesto también luciendo el disfraz de Ghostface- lo acuchillará a él en su departamento luego de desmembrar y meter en la heladera a su cómplice, un tal Greg, la historia principal vuelve a centrarse en las hermanas de look latino y su círculo de allegados, nos referimos a los compañeros de cuarto Ethan Landry (Jack Champion) y Quinn Bailey (Liana Liberato), los gemelos Chad (Mason Gooding) y Mindy Meeks-Martin (Jasmin Savoy Brown), la novia lésbica y asiática de esta última, Anika (Devyn Nekoda), y el amante/ novio de Sam, un vecino llamado Danny Brackett (Josh Segarra). Ghostface (voz del mítico Roger L. Jackson) ahora está obsesionado con arruinar la imagen pública ya mancillada de las hermanas Carpenter como paso previo a matarlas, desde ya, porque las considera responsables de la masacre del 2022 cuando en realidad fueron incriminadas por los asesinos reales, Richie Kirsch (Jack Quaid), pareja de Sam, y Amber Freeman (Mikey Madison), amiga posesiva de Tara. Dentro del gremio de los que pretenden detener al chiflado, además del grupito de amigos y novios, encontramos a las reaparecidas Weathers y Kirby Reed (Hayden Panettiere), ésta una sobreviviente de Scream 4 (2011) y hoy flamante agente del FBI, y al Detective Wayne Bailey (Dermot Mulroney), oficial encargado de la investigación de turno y vigilante furioso una vez que este nuevo Ghostface revienta a su hija, Quinn, en una de las múltiples arremetidas contra Sam y Tara.

Como decíamos anteriormente, el título promete un regreso melancólico al formato más de secuela que de reboot pero la Prescott de Campbell desapareció, no contenta con el pago que le ofrecían los productores, y las vueltas de Weathers y Reed saben a poco teniendo en cuenta que ya mataron al Riley de Arquette en el capítulo previo, y si bien sinceramente no se extraña el humor canchero semi baladí -por lo menos la versión pobretona de Vanderbilt y Busick de lo que fuera la inteligencia de Kevin Williamson, el guionista histórico de los eslabones de Craven- hubiese estado bueno que inyectasen alguna novedad verdadera que no sea simplemente “cortar” la pata cómica de la fórmula ganadora, amén del hecho de que el combo que sí quedó en pantalla vuelve a ser de lo más redundante y hasta cansador, esa mixtura de melodrama juvenil, slasher fundamentalista, diálogos sobreexplicativos, giros narrativos que se ven venir a la distancia y citas a lugares comunes del cine sin mayores descubrimientos en el horizonte, como Metrópolis (1927), la joya de Fritz Lang, o Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock. Se podría aseverar que lo mejor de Scream VI es primero la generosa presencia de gore tratándose de un producto de distribución planetaria, cuya contracara es el exceso de una seriedad autoconsciente que se hace bastante pesada por un metraje inflado de dos horas eternas, y segundo la explicitación socarrona por parte de Mindy, el reemplazo del cinéfilo fanático del horror Randy Meeks (Jamie Kennedy), de las reglas, convenciones y/ o clichés más visitados de las franquicias, en sintonía con el gigantismo exponencial, la inversión de las expectativas, la posibilidad de matar a cualquier personaje y el hecho de que todos son sospechosos de encarnar al psicópata reglamentario.

Precisamente, así como el opus de 1996 parodiaba al slasher en aquel crepúsculo creativo, Scream 2 (1997) se burlaba del fetiche para con las continuaciones en secuencia, Scream 3 (2000) le pegaba al ecosistema lelo hollywoodense y a las trilogías como arcos narrativos petrificados, y Scream 4 satirizaba en un único movimiento a las remakes, las redes sociales y el hambre de fama a cualquier precio, la Scream del 2022 de Gillett y Bettinelli-Olpin trató de pegarle a la demagogia posmoderna de la industria cultural masiva en relación al fandom y a la preeminencia del terror arty/ elevado de Jordan Peele, Ari Aster, Panos Cosmatos, Jennifer Kent, Julia Ducournau y Robert Eggers, entre otros cineastas, por ello hoy no quieren ser menos y tratan de compensar la ausencia más macro de humor negro o abiertamente autorreferencial con esas reflexiones muy al paso sobre la dinámica patética de las franquicias, reproducida por los propios directores al igual que la estupidez promedio de los adolescentes protagonistas, el otro leitmotiv de la retahíla de asesinatos en pantalla. Las escenas de desarrollo de personajes son demasiado melosas o rudimentarias y Scream VI sólo sobrevive gracias a las secuencias agitadas o macabras, como la introducción con el doble asesinato, la matanza azarosa en el minisupermercado/ grocery store, el homicidio del Doctor Christopher Stone (Henry Czerny), el psiquiatra de una Sam que continúa teniendo visiones protagonizadas por su padre, la cruenta arremetida contra el departamento de las hermanas, el ataque sigiloso sobre Weathers y todo el desenlace en su conjunto -semejante al acecho claustrofóbico y cuasi gótico de un giallo de los años 70- en un cine abandonado reconvertido en santuario en honor a los distintos asesinos que ocuparon el lugar de nuestro “significante vacío” del óbito, Ghostface. A pesar de que se agradece el abundante volumen de sangre de burgueses apestosos ejecutados y el latiguillo de los tres asesinos, papi Bailey y sus dos hijos, Quinn y Ethan, todos en una cruzada de venganza contra las hermanas -y en especial contra la ninfa de Barrera- por haberse cargado al vástago mayor del clan, Richie, algo que quiebra la fórmula del dúo de homicidas que dominó la saga con la salvedad del tercer opus del 2000, hegemonizado por un único demente, lo cierto es que el sexto eslabón no logra superar al mejor corolario del lote, la todavía imbatible Scream 4, y si bien resulta atractiva la jugada discursiva de presentarnos nuevamente la inestabilidad psicológica de Sam, siempre al borde de seguir los pasos de su progenitor, el asesino lunático Loomis, la tibieza de la propuesta en general, sin sexo ni novedades verdaderas en todos los rubros, la empantanan en el ABC de la nostalgia inofensiva y hueca y en una enorme catarata de “más de lo mismo”, sin duda el peso muerto del emporio mainstream actual y no sólo de terror…