Scream 4

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

El grito sangrado que sigue vigente

La cuarta de la saga sigue el camino trazado por sus predecesoras: grandes dosis de humor negro, asesinatos de adolescentes, diálogos filosos, referencias a otros films y nuevas reglas que le dan un toque contemporáneo.

La serie Scream, que tuvo su primera entrega en 1996, fue la responsable directa del revival del slasher, ese subgénero de asesinos psicópatas y enmascarados, con predilección por las víctimas adolescentes, que tuvo su apogeo entre los ’70 y los ’80, y del que su director, Wes Craven, había sido una de las figuras clave con Pesadilla en lo profundo de la noche y con la gestación de uno de sus íconos más recordados: Freddy Krueger. Un subgénero que para los ’90 ya había entrado en decadencia y que, gracias al éxito del primer film de la serie, produjo dos secuelas e inspiró varías películas como Sé lo que hicieron el verano pasado o Leyenda urbana (que a su vez, como es la norma, tuvieron sus respectivas secuelas), antes de que el mismo revival sufriera su propia decadencia.
Lo que distinguía a Scream de sus imitadoras, y le daba un valor agregado, era la autorreferencialidad, la propia conciencia explicitada de pertenecer a un género donde los personajes (fanáticos a su vez de las películas de terror) citaban sus reglas mientras las seguían al pie de la letra, aun para su desgracia. Esa fue una constante en una serie que desde el comienzo se planteaba antes como una parodia de los slasher, aunque sus films también pudiesen funcionar como tales.
Una década después, la saga se reabre, y si las circunstancias (la progresiva baja de calidad de casi todas las series de este tipo a medida que se suman las secuelas) no permitían albergar muchas expectativas, lo cierto es que Scream 4 es bastante más de lo se esperaba. Ya se sabe que los slashers no necesitan excusas a la hora de añadir capítulos, pero la historia se reinicia sin parecer demasiado forzada. Scream 4 sigue el camino trazado por sus predecesoras, con el humor negro, los asesinatos brutales (aunque no demasiado ingeniosos) de adolescentes salidos de algún éxito televisivo, los diálogos filosos, las referencias a otros films y nuevas reglas que se vienen a sumar para darle un toque contemporáneo. El fuerte sigue siendo, además de la sangre derramada, la autorreflexión que permite al fan jugar con los datos sin que se transforme en un chiste para especialistas.
Cerca del final, la protagonista y eterna acosada Sydney (Neve Campbell) formula la que para ella sería la primera regla de las secuelas: “No jodas con la original.” Una regla que Craven y el guionista Kevin Williamson (el mismo equipo creativo desde el comienzo) trataron de seguir como para que ahora sea posible una continuación bastante digna.