Volver para entender Schafhaus, casa de ovejas (2011), de Alberto Masliah, es un oscuro film, rodado en Neuquén, sobre un hijo de desaparecidos radicado en Alemania que a su regreso al país deberá enfrentarse con un pasado oculto y un presente revelador. Protagonizado por Sergio Surraco, Bernarda Pagés, Guido Massri y María Fiorentino, Schafhaus, casa de ovejas narra la vida de Ernesto, un joven que vuelve a Argentina luego de años de exilio para solucionar unos temas referidos a la empresa familiar. Es en ese viaje que Ernesto descubrirá que su historia no es cómo él la conocía, debiendo enfrentarse a la verdad para conocer su propia identidad. Producto de las casualidades o causalidades, Schafhaus, casa de ovejas se estrena junto a otra película de características similares como lo es El amigo alemán (2012). Tanto en la una como en la otra se focaliza sobre el tema de la identidad y de un pasado de mentiras que en ambos casos afectan el presente de los protagonistas. La diferencia principal entre una y otra es que mientras en la segunda adquiere mayor protagonismo la historia de amor en la primera estará en un segundo plano. Alberto Masliah propone un relato clásico, que apela al dinamismo narrativo con toda la atención puesta en las actuaciones y en lo visual. Con toques de melodrama mezclado con denuncia social, Schafhaus, casa de ovejas busca la emoción complice del espectador para contar una historia que una vez más vuelve para cerrar las heridas que dejó un pasado atroz y así reconstruir el presente.
Film cálido y auténtico sobre los afectos La época de la dictadura en la Argentina sigue dejando hondas huellas en hombres y mujeres que todavía hoy tratan de descifrar episodios que los marcaron para siempre. Uno de esos seres es Ernesto, que a sus 36 años decide retornar a la Argentina proveniente de Alemania, donde vive desde pequeño, llevado allí por sus abuelos tras la desaparición de sus padres. Llega para hacerse cargo de los negocios que su abuelo mantenía con empresas dedicadas a la lana, y al llegar al aeropuerto los recuerdos del último momento con sus padres comienzan a apoderarse de él. Son rápidos y pequeños flashes desordenados e incomprensibles que lo afectan hasta provocarle desmayos. Ya instalado en Buenos Aires, el primer paso de Ernesto es visitar a un viejo amigo de su abuelo, quien le obsequia una fotografía en la que se encuentra posando junto a sus abuelos y a su padre. Detrás se ve una casa de campo sobre cuyo portón se lee la palabra Schafhaus. Casi con un pie en el avión para volverse a Alemania, Ernesto toma una rápida decisión: alquilar un automóvil y viajar hacia Trelew, ese lugar patagónico en el que espera hallar las respuestas. Amistad Ernesto va conociendo poco a poco a esas personas que le brindan su amistad y que, supone, lo guiarán hacia esa casa de campo. Apasionado por un libro que halló por casualidad, Ernesto desea conocer a la autora (una muy buena labor de María Fiorentino), y ella le irá descubriendo todos los secretos de su familia. El director Alberto Masliah logró su propósito de emocionar al seguir el recorrido de Ernesto y al mostrar a ese pequeño grupo que lo rodea y que, en definitiva, lo convencerá de que los recuerdos amargos pueden ser borrados, ya que la vida debe seguir su curso al lado de otras personas y de otras escenografías. Con un elenco de parejos méritos (son dignos de destacar los trabajos de Sergio Surraco, de María Lía Bagnoli y de Bernarda Pagés), con una excelente fotografía que capta con poesía los paisajes patagónicos, y con una música que va desgranando sus notas al compás de la historia, el film convence por su autenticidad. Lo que no es poco para una producción nacional hecha sobre la base del esfuerzo y de la tenacidad de sus responsables.
Indicios del pasado Al volver a la Argentina por primera vez desde su infancia, Ernesto (Sergio Surraco) trae consigo una vieja foto familiar sacada en una chacra lanera llamada Schafhaus, y el borroso recuerdo de un adiós confuso. Criado por sus abuelos en Alemania, el joven viene no sólo a hacerse cargo de la empresa familiar, sino que también necesita resolver ciertas dudas, llenar los vacíos que sus abuelos pensaron que era mejor dejar intactos. Así comienza la búsqueda de la chacra, que es el eje de esta película dirigida por Alberto Masliah. En el camino conoce algunas personas. Uno de ellos, Martín (Guido Massri), es un adolescente a quien su madre separó de su papá por motivos que a él tampoco le quedan muy claros. A pesar de las diferencias, los dos se encuentran en ese punto: necesitan esclarecer sus pasados. Sin golpes bajos ni resoluciones idílicas, y con una gran factura técnica, Masliah aborda el tema de la identidad, desde el lugar más personal posible: la necesidad del personaje de aclarar esos recuerdos turbios, de reconciliarse con su pasado para poder emprender el camino que indique su propia historia. En un filme realizado íntegramente en la provincia de Chubut, el trabajo de fotografía resalta la aridez del paisaje, esa misma desolación interna que sufre Ernesto. En lo actoral se destaca Sergio Surraco, que además de la composición de su personaje, logra un muy creíble español con acento alemán, y María Fiorentino, en una aparición breve pero clave, y muy conmovedora. Una propuesta válida, bien realizada y musicalizada, que cabe esperar no se pierda entre el aluvión de estrenos de la semana, sobre todo considerando que sólo se estrena en una sala. Se merecía un poco más.
Buenas intenciones, demasiadas historias subalternas y morosidad hasta llegar al corazón de la búsqueda que comienza un argentino, criado por sus abuelos en Alemania, con padres desaparecidos. Con aciertos parciales.
Secretos patagónicos La Patagonia esconde secretos, mitos y las leyendas surcan su tierra. Así lo vive Ernesto (Sergio Surraco), chubutense, quien vivió en Alemania casi toda su vida. Al enterarse de la muerte de su abuelo, vuelve al país para resolver unos negocios familiares, pero el rubro de la compra-venta lanar le es ajena y se distrae. Sus rasgos pétreos y ostracismo cautivan a Erica (María Lía Bagnoli), quien lo aloja en su hostería al recién llegado y, entre miradas cómplices, construyen una tímida historia de amor. Pero el pasado se interpone cuando una foto con la palabra Schafhaus (Casa de ovejas , en alemán) despierta curiosidad en Ernesto. Allí se lo ve con sus padres y abuelos, siendo apenas un niño. Lo que seguirá es un lento devenir hacia la búsqueda de una vivienda abandonada que lo arrastrará a un origen inevitable. Esta película de Alberto Masliah, rodada en Neuquén, se enmarca dentro de recurrentes planos crepusculares que meten al espectador en la frescura del sur argentino. Con un argumento que viaja entre la melancolía y el drama de la perdida de identidad se destaca el papel revelador de Georgina (María Fiorentino) quien guiará a Ernesto hacia un pasado familiar que desconoce, pero siempre sospechó: fines de los años ’70, una zona gris para la memoria argentina. En los últimos minutos la película dará una vuelta de tuerca interesante, aunque predecible. Algunos intrigantes planos secuencia sobre automóviles (¿con carácter publicitario?) y hacia personas contrastan con el logrado montaje exterior y fotografía del filme. La amistad de Ernesto con Martín (Guido Massri), es el nexo de él con una familia que lo obligará a alejarse de Europa para cimentarlo al suelo patagónico. Con todos sus secretos.
La casa en el sur también existía El personaje protagónico de este film, hombre joven, de saco y corbata en medio de una ruta patagónica, se quedó dormido mientras manejaba y chocó contra el único árbol de la zona. Como la película es de bajo presupuesto, no vemos el accidente. Nos enteramos cuando dicho personaje entra a pedir auxilio en una casa de la zona. Ahí, ya que está, se queda a vivir mientras espera que le envíen un repuesto desde Buenos Aires. Así conocemos a una buena mujer dedicada a la excavación arqueológica en solitario, su hijo adolescentón que amenaza volver con el padre, músico drogadicto; su peor es nada bastante celoso, que encima es el único mecánico de la zona; el intendente ovejero, dueño del árbol y del ciber del pueblo, y otra mujer, rubia, simpática, amiga de la casa, con la que nuestro accidentado amigo no podrá intimar porque es lesbiana. En cuando al sujeto propiamente dicho, se quita saco y corbata, pero conserva una foto de infancia donde está con los abuelos y otra gente, la muestra por si alguien reconoce el lugar donde fue tomada, y cuenta una historia de padres perseguidos y abuelos protectores. Y nadie dice reconocer ese lugar, aunque sospechamos de todos. Pero al final estaba por ahí nomás, y su historia no se contradice mayormente con la que alguien le termina contando. Eso es bueno, ya que ciertos elementos del relato (abuelo alemán, infancia en la época del Proceso, etc.) hacían temer una enésima reiteración de lugares comunes en nuestro cine. Del resto, la película tiene una factura sencilla, defectos muy menores tratándose de una opera prima, nubes espectaculares y paisajes chubutenses en registro de Mariana Russo, y elenco desparejo, donde destacan el protagonista Sergio Surraco haciendo de argentino con acento alemán, Bernarda Pagés, y sobre todo, en una escena clave, cálida y bien jugada, María Fiorentino. Como cierre, un aire de zamba de Cecilia Gauna, muy agradable.
Una interesante primera obra de ficción presenta el director y productor Alberto Masliah, tras su debut en el documental con Negro Che: Los primeros desaparecidos, acerca de la problemática de la erradicación de la población negra en nuestro país. En este caso el cineasta aborda una historia relacionada con otros asuntos dolorosos, como la identidad y la represión ilegal tras los años de plomo. Con sensibilidad y capacidad narrativa, Masliah afronta el derrotero de Ernesto, residente en Alemania tras la desaparición forzada de sus padres, que intentará aquí reconstruir su pasado pese a una obstinada negación de sus reales sentimientos. Casi sin proponérselo, y con la excusa de hacerse cargo de una empresa de lana, emprenderá en el sur la búsqueda de una casa de campo llamada “Schafhaus”. Paralelamente establecerá fuertes lazos afectivos con lugareños que irán modificando sus planes de regreso, alternativas que permitirán descubrir en pocos trazos características de varios personajes que eligieron su lugar en el mundo. Sergio Surraco lleva adelante su primer protagónico en el cine con convicción y sutileza, dejando entrever emociones detrás de ese germánico fastidioso y distante, bien rodeado por un elenco eficaz en el que se destaca Maria Lía Bagnoli. Una espléndida fotografía enmarca un film pequeño y de estilo clásico, pero logrado.
“Schafhaus, casa de ovejas” es una producción nacional de aquellas que aparecen muy de vez en cuando como sacadas de la galera. Ese es el momento en que protestamos por la reducida capacidad de distribución de una película que aborda una temática difícil, a la vez de sencilla digestión sin por esto perder profundidad ni capacidad analítica. Ernesto (Sergio Surraco) es un hombre que llega a Argentina para hacerse cargo del negocio de la producción y selección de lana heredada de su abuelo fallecido. Para él su viaje no reviste más características que la mera rutina por mandato. Sin embargo Quiroga (Aldo Barbero) le ofrece, a través de una foto y un relato trunco, el disparador para que Ernesto vaya descubriendo que su pasado, con el cual mantiene una relación borrosa e incierta, tiene conexiones con la falta de identidad relacionada con los años oscuros de la dictadura. Determinado a volverse a Berlín, un conflicto gremial en aerolíneas, que impide la salida a tiempo, actúa como el tiempo extra que induce el protagonista a dirime la contradicción causada por los impulsos naturales de quedarse e indagar o huir e ignorar. A partir de ese momento comienza un recorrido por el sur argentino en el cual Ernesto conocerá a personajes que representarán, cada uno con su idiosincrasia, la falta de afectos; el sentido de pertenencia (a lugar o grupo familiar); la identificación de los lazos con el pasado y, por qué no, la mirada lúdica hacia un futuro crecimiento como ser humano. El realizador se toma su tiempo para hacer conocer a sus criaturas. Como piensan, como viven, que tipo de valores ponderan, etc. En este transitar por la vida de las personas, en contraste con un paisaje tan bello como inhóspito, es donde Alberto Masliah planta la semilla de su historia con una sencillez que la despoja del discurso de manual, a la vez que nutre de humanidad a un personaje acostumbrado a la presumible frialdad de la sociedad alemana. Ayuda mucho la dirección de fotografía de Mariana Russo, que logra momentos de atardeceres con falsos horizontes donde se puede lo “cercano” de las lejanías y viceversa, Como si el protagonista y el paisaje fueran parte de una misma pregunta con respuestas opuestas. Hay lugar para la emotividad sin melodrama y para la reflexión sin bajada de línea, para lo cual todo el elenco colabora ofreciendo una colaboración individual notable en pos de un trabajo en equipo. María Lía Bagnoli, Bernarda Pagés y Guido Massri logran un vínculo estable y creíble. Si bien la aparición de María Florentino es de colección, lo de Sergio Surraco es realmente destacable, su impronta, su tono de voz, acompañan perfectamente a un acento brillante que logra instalar en el espectador, esto a pesar de haber vivido casi toda su vida en Alemania pero que no desconoce sus orígenes. Por todos estos factores (podría mencionarse a lo mejor una duración algo extensa cuando ya está todo dicho), “Schafhaus, casa de ovejas” es un drama bien construido que se codea con el pasado reciente y busca, como el protagonista, la tan ansiada y necesaria identificación.